Rogelio
Javier Alonso Ruiz*
Se cuenta con admiración la hazaña del
indio oaxaqueño analfabeta que cuidaba ovejas en un pueblo miserable y después
de estudiar leyes llegó a ser presidente del país. Más recientemente, se narra
con asombro la historia de la niña de origen precario que tomaba clases al lado
de un basurero y maravilló al mundo con sus aptitudes matemáticas, siendo
catalogada como la sucesora de Steve Jobs. ¿Por qué estos dos hechos, tan
distantes en el tiempo, son recordados con tanta fascinación? ¿Son su admiración
un reconocimiento a que, generalmente, la pobreza a impide la trascendencia a
través de la educación? Los discursos oficiales no dudan en presentar a la
educación como el principal factor de cambio para el logro del bienestar
individual y colectivo. Es indiscutible tal afirmación, sin embargo, los
discursos soslayan una situación adversa: es la misma pobreza la que impide que
los individuos puedan acceder a oportunidades educativas que les permitan
superar la miseria; desafortunadamente, casos como los mencionados son
excepciones a una generalidad confirmada por los principales indicadores
educativos. Tal vez por eso llegan a ser noticia y hasta proezas legendarias
que trascienden los siglos.
De acuerdo a la Encuesta Nacional de
Ingresos y Gastos de los Hogares, realizada por el INEGI en el 2016, las tres
entidades con mayor pobreza en el país son Guerrero, Oaxaca y Chiapas, en las
que más del 40% de su población se encuentra ubicada en el nivel más bajo de
ingreso, es decir, con un paupérrimo promedio de $825 mensuales per cápita. Lo
anterior contrasta radicalmente con entidades como Nuevo León, Baja California
o Ciudad de México, en las que más del 30% de su población se encuentra en el
nivel más alto de ingreso ($10,542 mensuales, per cápita) (INEE, 2018, pp.
53-54). Las adversidades económicas de las primeras entidades mencionadas se
trasladan, también, a la realidad educativa. Para confirmar que la pobreza es
el principal impedimento precisamente para que los habitantes de estos gocen
cabalmente de su derecho a la educación basta observar algunos indicadores:
años de escolaridad, extraedad grave y abandono.
En cuanto a la escolaridad de personas
mayores de quince años, Guerrero, Oaxaca y Chiapas tiene un promedio de 7.6
años, es decir, si se considera que se estudia al menos un año de preescolar,
las personas de estas entidades federativas apenas estarían rozando la
educación secundaria. Por el contrario, la media nacional es de 9.2 años de
escolaridad (INEE, 2018, p. 126) PANORAMA. Otro indicador que refleja las
penurias de las entidades pobres mencionadas es la presencia de alumnos con
extraedad grave, es decir, aquellos que tienen dos o más años de edad que la
edad idónea para el grado escolar que cursan. En ese sentido, la media de
porcentaje de alumnos con extraedad grave en primaria, secundaria y media
superior es de 1.4%, 2.8% y 12.3%, respectivamente. En el caso de la media de
Chiapas, Guerrero y Oaxaca, los porcentajes se incrementan considerablemente:
3.6%, 6.6% y 12.5%. Se observa entonces que el fenómeno de la extraedad grave
en las escuelas se duplica en los niveles de primaria y secundaria, mientras
que es prácticamente el mismo en bachillerato, quizá explicado esto último
debido a la falta de cobertura generalizada en toda la geografía del país.
En lo referente al abandono, a nivel
nacional, el porcentaje es de 0.7% para educación primaria y 4.4% para
educación secundaria. Al igual que en los casos anteriores, las tres entidades
a las que se ha aludido sobrepasan los niveles nacionales promedio: en
educación primaria, el nivel de abandono es del doble con respecto a la media
nacional, situándose en 1.5%, mientras que en secundaria el abandono tiene un
porcentaje de 5.7%. De esta forma, se observa una coincidencia en los
indicadores analizados: tienden a ubicarse en niveles desfavorables cuando se
trata de entidades pobres, como las que se han analizado.
Se observa pues que la pobreza es un
mal que impide el goce a plenitud del derecho educativo. Su erradicación es una
condición esencial para que los individuos puedan asistir a una escuela y
cosechar frutos a partir de esta experiencia. La pobreza, al igual que otras
condiciones como la discapacidad o el origen étnico, constituyen obstáculos que
propician que la marginación y las desigualdades no puedan ser superadas a
través de la educación. El mismo indio oaxaqueño al que se hacía alusión al
inicio de este texto, Benito Juárez, emblema de la superación de condiciones
adversas a través de los libros, reconocía que “el hombre que carece de lo
preciso para alimentar a su familia, ve la instrucción de sus hijos como un
bien muy remoto, o como un obstáculo para conseguir el sustento diario”
(Salmerón, 2015, p. 40). Incluso, señalaba que la educación “no resolvería los
problemas del pueblo, si no se atendía antes a la miseria pública” (Salmerón,
2015, p.39), dejando así en entredicho la tan aceptada idea de que, por sí
sola, la educación representará el detonante del bienestar entre los pueblos.
Las estadísticas demuestran pues que casos como el del pastor indígena que
llegó a ser presidente o “la próxima Steve Jobs” desafortunadamente no son
generalizables: las oportunidades educativas son difíciles y de menor calidad
para quienes provienen de estratos sociales bajos, siendo esto una expresión
más de la lamentable vocación discriminatoria de nuestro sistema educativo.
*Rogelio Javier Alonso Ruiz. Docente
colimense de Educación Primaria (Esc. Prim. Adolfo López Mateos T.M.) y de
Educación Superior (Instituto Superior de Educación Normal del Estado de
Colima). Licenciado en Educación Primaria y Maestro en Pedagogía.
Twitter:
@proferoger85
REFERENCIAS
INEE. La educación obligatoria en México. Informe 2018. México: autor, 2018a.
INEE. Panorama educativo de México 2017. Indicadores del Sistema Educativo
Nacional. Educación Básica y Media Superior. México: autor, 2018b.
SALMERÓN, Pedro. Juárez. La rebelión interminable. México: Para Leer en Libertad,
2015.
Comentarios
Publicar un comentario