Rogelio
Javier Alonso Ruiz*
El 15 de mayo es, por sí mismo, una
fecha especial del calendario de las escuelas mexicanas. Este año, además de servir para conmemorar
socialmente la figura del docente, ha servido para la promulgación de diversas
modificaciones legales en materia educativa que sustituyen a las realizadas en
2013. Después de un amplio periodo de
discusión, las modificaciones quedaron plasmadas en la Carta Magna. Sin
embargo, estos cambios no fueron suficientes para despejar todas las dudas en
relación al tema educativo, a falta aún de leyes secundarias que den precisión
a los mandatos constitucionales. Una de las principales expectativas que se
tiene en torno a éstas es la manera en que se interpretará el mérito docente
para la consecución de ingreso y promoción en el servicio.
Se espera que en la ley que sustituirá
a la Ley General del Servicio Profesional Docente haya una redefinición del
mérito. Mucho se habló en la reforma educativa pasada que, por fin, el mérito
sería el único criterio dentro de la vida laboral de los docentes.
Desafortunadamente, la idea de mérito que prevaleció fue equivocada: se alejó
de las prácticas reales de los profesores y dejó de lado muchas de las
habilidades que difícilmente pueden ser valoradas a través de productos
escritos como los que se solicitaban. Al respecto, la OCDE señala que “el no
colocar al aprendizaje y la enseñanza en el corazón del proceso de evaluación
envía señales ambiguas sobre lo que es importante” (Santiago, McGregor, Nusche,
Ravela y Toledo, 2014, p. 121). Ante esto, surge la duda sobre la idea de
mérito que se configurará a partir de las leyes secundarias que, en materia
educativa, próximamente se emitirán.
Una primera manera de enfocar mejor el
mérito docente tiene que ver con los perfiles de ingreso al servicio. El primer
mérito de un docente debe ser tener la preparación profesional que exige el
desempeño de su cargo. Se espera que en los mecanismos de admisión del
profesorado, se establezcan medidas para que el perfil de ingreso corresponda a
profesionistas con formación pedagógica especializada. Es deseable que no se
vuelva a caer, en aras de favorecer la “igualdad de condiciones”, en dar cabida
a profesionistas que tienen poca o nula preparación pedagógica, desestimando así
a quienes tuvieron una formación especializada en la docencia. Más allá de las
convocatorias, resulta imperioso que, desde las leyes secundarias, se acoten
los rasgos generales deseables de quienes pueden aspirar a obtener un lugar al
frente de las aulas.
No hay mayor mérito de un profesor que
el trabajo que realiza cotidianamente, por eso “es conveniente otorgar más
atención a la observación en el aula, en el marco de evaluación de los maestros”
(Santiago, et al, 2014, p. 122). Por tal motivo, debe ser considerado
entre los elementos que conforman el mérito docente. Aunque resulta
técnicamente complicado e incluso gravoso, para apuntalar la idea de mérito se
deben idear procedimientos para valorar el desempeño real de los profesores, es
decir, su actuación al momento de
dirigir una clase. Para esto, se deberá echar mano de estrategias que permitan
tener un diagnóstico directo del desempeño del maestro. Por ejemplo,
grabaciones de video, las cuales son viables debido a que “es más factible
contar con técnicos que operen una cámara de video de manera eficiente, que con
observadores con la calificación
necesaria para obtener información válida y confiable” (Martínez, 2016, p. 48).
Además de la grabación de clases, se pudiera considerar establecer mecanismos
que conlleven a la generación de evidencias de desempeño, tal es el caso de
reportes de visitas de supervisores, directivos o profesores.
El dominio teórico por parte del
profesor también debe ser considerado como un elemento del mérito docente. En
realidad, buena parte de la evaluación docente actual se ha centrado en este
asunto, en detrimento del análisis directo de la puesta en práctica de los
saberes en el aula. Los exámenes de conocimiento pueden brindar una valoración
del dominio que los profesores tienen sobre aspectos como el desarrollo
infantil, los planes y programas de estudio, la didáctica de las asignaturas,
las estrategias de evaluación, los principios filosóficos y legales de su
labor, etc.
La experiencia debe ser también un
elemento que conforme el mérito docente, sobre todo, al momento de obtener
promociones o estímulos. Es importante alejarse de la idea de la experiencia
como la mera acumulación de años de servicio y acercarnos a la valoración
cualitativa de la trayectoria laboral de los profesores, contemplando, además
del tiempo en servicio, los encargos desempeñados, las actividades formativas,
etc.
Otro factor que debe agregarse al
mérito del docente son los resultados de aprendizaje del grupo o escuela. Aunque
se debe partir de la premisa que la enseñanza y el aprendizaje no son fenómenos
que están ligados necesariamente a manera de causa y consecuencia, sería
importante encontrar maneras de medir, de manera contextualizada y diferenciada,
el progreso en los aprendizajes de los alumnos y de los centros escolares e
incorporar estos valores como parte del mérito docente. En este sentido, aunque
con una serie de limitaciones, ya existe un antecedente en las escuelas
mexicanas: el Programa de Estímulos a la Calidad Docente, durante los ciclos
escolares 2011-2012 y 2012-2013, otorgaba estímulos económicos a aquellos profesores
y escuelas cuyos alumnos tenían no sólo los mejores resultados en la prueba
ENLACE (Evaluación Nacional del Logro Académico en Centros Escolares), sino los
incrementos más significativos en relación con los resultados propios de ciclos
escolares anteriores.
Los resultados de pruebas
estandarizadas para medir el aprendizaje de los alumnos debe ser considerados
con relatividad, pues hay una “dificultad de principio para atribuir el avance
de los alumnos en un grado a un solo maestro y en los resultados de un grado
cuenta la influencia de los maestros anteriores” (Martínez, 2016, p. 32). En
este sentido, sería conveniente aligerar el peso que este componente tendría en
el mérito del docente, teniendo en cuenta que los resultados miden de manera
indirecta el desempeño del profesor.
Por último, es importante también cuidar
que el mérito no sea contaminado por criterios ajenos al desempeño laboral de
los profesores. Por lo anterior, se espera que el manejo de plazas docentes
quede exento de cualquier tipo de influencia política o sindical. En
particular, el ingreso y la promoción
deben cernirse en los elementos del mérito docente que se han
mencionado.
Así pues, la idea de mérito docente
debe dar un cambio radical a la que prevaleció con la Reforma Educativa de 2013.
Se deberá evitar que esté distanciada de las prácticas cotidianas de los
docentes en el aula y la escuela. El mérito del docente es un aglomerado complejo
de factores, algunos difíciles de valorar, y no radica únicamente en el éxito
que se tiene en un examen, la elaboración de una planeación o el análisis de
productos de clase. Su alcance es mucho más amplio. Es de esperarse que, con
las leyes secundarias, se configure una nueva idea del mérito docente en la que
confluyan elementos como la formación profesional, el desempeño en el aula, la
experiencia, el dominio teórico, los resultados del grupo o escuela y la ética
profesional, entre otros. La jerarquización de estos elementos sería un nuevo
tema de discusión.
*Rogelio Javier Alonso Ruiz. Docente
colimense de Educación Primaria (Esc. Prim. Adolfo López Mateos T.M.) y de
Educación Superior (Instituto Superior de Educación Normal del Estado de Colima).
Licenciado en Educación Primaria y Maestro en Pedagogía.
Twitter:
@proferoger85
REFERENCIAS
Martínez Rizo, Felipe. La evaluación de docentes de educación
básica. Una revisión de la experiencia internacional. México: INEE, 2016.
Santiago, P., McGregor, I., Nusche,
D., Ravela, P. y Toledo, D. Revisiones de
la OCDE sobre la Evaluación en Educación. México 2012. México: SEP-INEE, 2014.
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