Rogelio
Javier Alonso Ruiz*
Sería erróneo suponer que una escuela
es de mejor calidad en la medida en que tenga un gran número de rechazados en
sus procesos de ingreso o que sean escasos los estudiantes que logran egresar
de ella. En el caso de las Escuelas Normales, las cuales aglutinaban a 91,978
estudiantes para el ciclo escolar 2018-2019 (SEP, 2019, p. 36), el ingreso y el
egreso han sido motivos de reflexión en torno a la calidad educativa que se
oferta en estas instituciones. Más allá de revisar cifras sobre los alumnos que
llegan y se van de las Normales, vale la pena reflexionar sobre algunos de los
rasgos más importantes de estos procesos.
Internacionalmente, la docencia no es
una carrera atractiva para la mayoría de los jóvenes estudiantes; en promedio,
entre los países miembros de la OCDE (Organización para la Cooperación y el
Desarrollo Económicos), sólo uno de cada diez estudiantes que espera contar con
una carrera profesional, piensa buscarla en la docencia (OCDE, 2015, p. 1). Se
observa además otro hecho relevante: quienes eligen carreras en el área de la
educación “tienen desempeños más pobres en matemáticas y lectura que otros
estudiantes que esperan trabajar como profesionales, pero no como maestros”
(OCDE, 2015, p. 1). Si bien en la docencia se ponen en juego otras
inteligencias además de la lógico-matemática y la lingüística-verbal, el bajo
rendimiento en estas áreas puede ser un indicador importante del nivel de
alumnos que se están acercando a las escuelas formadoras de docentes.
El hecho anterior no tiene que ver
únicamente con la rigurosidad de los procesos de selección de los Normales, sino
además con las retribuciones de la profesión docente. Por más que se promuevan
procesos selectivos con mayor rigor, mientras las condiciones laborales del
magisterio no tengan una percepción favorable, los mejores estudiantes seguirán
lejos de las Normales. Al respecto, la OCDE señala que “los sistemas escolares
sólo lograrán reclutar a las personas capaces y motivadas para construir una
fuerza de maestros de alta calidad, si pueden ofrecer salarios y condiciones
laborales similares a los que otros profesionales disfrutan” (OCDE, 2015, p. 4).
Aunque el salario de los profesores tiene algunas ventajas sobre el de otros
profesionistas, no se puede ignorar que “más de la mitad de las docentes de
educación preescolar y primaria tienen niveles salariales inferiores a los de
otras profesionales con contratos de medio tiempo o más” (INEE, 2015, p. 75).
Esto puede ser un factor para ahuyentar a los jóvenes de las Normales.
En México, el ingreso a las Normales va
en declive: de tener 127,819 alumnos en el ciclo escolar 2009-2010, para el
ciclo escolar 2018-2019 se contó con 90,333 estudiantes (SIBEN, 2019). En menos
de una década, se redujo en 30% la cantidad de normalistas, algo que no es
atribuible proporcionalmente al ritmo de desaceleración de la población
infantil mexicana y sí, probablemente, a las campañas de desprestigio docente
que se suscitaron para la implementación de la reforma educativa del sexenio
peñista. La prueba PISA ha demostrado que “en promedio, un porcentaje más alto
de estudiantes que esperan trabajar como maestros se sitúan en países donde los
salarios de los docentes son más altos” (OCDE, 2015, p. 1). La ecuación es
sencilla: mientras mejores condiciones laborales se perciban para el
magisterio, habrá un universo más amplio de aspirantes a ingresar a las
Escuelas Normales y, por ende, mayores posibilidades de seleccionar alumnos con
mejores cualidades para formarse en la compleja profesión de la docencia. Si
bien la vocación es un imán poderoso para el ingreso a las Escuelas Normales, también
lo son las condiciones laborales y el prestigio del magisterio.
En México, el ingreso a las normales
públicas se ha situado en niveles bajos preocupantes. Para el ciclo escolar
2013-2014, sólo fue ocupado el 72.6% de los lugares disponibles para iniciar
una carrera en estas instituciones. Entidades como Baja California, Estado de
México o Durango, tuvieron una ocupación inferior o apenas superior a la mitad
de los espacios disponibles (INEE, 2015,
p. 64). El universo de aspirantes, al ser menor, no promueve una
competencia de mayor intensidad por los puestos que se ofertan.
Con los datos disponibles en el
Sistema de Información Básica de la Educación Normal (SIBEN), se puede hacer
una estimación simple de los cambios de la matrícula de una generación en los
años inicial y final de la carrera. En ese sentido, de los 36,560 alumnos que
en el ciclo escolar 2011-2012 se encontraban en el primer año de la carrera,
para el ciclo 2014-2015 restaban 31,119 estudiantes en el último, es decir,
hubo una reducción de 15%. Tal generación, a mitad de la carrera, fue sometida
a la evaluación “Exámenes intermedios de conocimientos”, dando como resultado
que el 49% de los alumnos contaban con un nivel insuficiente de aprovechamiento
escolar (INEE, 2015, p. 104). Aunque debe considerarse qué tan fiable es un
examen escrito para valorar las habilidades profesionales de un docente en
formación, no debe perderse de vista la gran mayoría de los estudiantes
normalistas transitaron hasta el año final de la carrera pese a que buena parte
de ellos manifestó tener deficiencias académicas considerables. Esto hace dudar
de la exigencia en la formación de los futuros docentes.
El hecho referido en el párrafo
anterior puede ser explicado, entre muchas razones, por las normas de
evaluación de las escuelas normalistas. Para la generación referida (2011-2015),
los lineamientos de control escolar marcaban que “el alumno tendrá derecho a la
acreditación de una asignatura cuando […] obtenga una calificación final mayor
o igual a 6.0” (SEP, 2010, p. 22). La calificación final a la que se alude
representaba el promedio de las calificaciones de las dos unidades que conformaban
cada curso, teniendo como calificación mínima cinco. De este modo, era posible
aprobar un curso teniendo cero de calificación real en una unidad (finalmente
la mínima reflejada en el sistema de evaluación era cinco), mientras que en la
otra tuviera siete (5+7=12 ÷ 2 = 6.0). Así, aunque el promedio real sería de
3.5, en el sistema se obtendría el aprobatorio de seis. Sin duda, las normas de
control escolar incitaban a la mediocridad académica, influyendo en la escasa
reducción de matrícula aun cuando se manifestaron carencias serias de
aprovechamiento académico.
Ya situados en el último año de su
formación profesional, los alumnos se encuentran ante un nuevo reto: su egreso
y su titulación. Al respecto, con el plan de estudios 2012, un estudio de Medrano,
Ángeles y Morales (2017) ha detectado que “los docentes adscritos a estas
instituciones no cuentan en su totalidad con la capacitación ni el nivel de
estudios adecuado para poder llevar a cabo la asesoría requerida en las nuevas
formas de titulación” (p. 26). Asimismo, se refiere el hecho de que no existen
profesores especializados para atender los temas de los trabajos de titulación
y, en algunas instituciones, el número de asesorados por profesor es elevado,
situación que dificulta el proceso. Sin disponer de elementos para hacer una
afirmación sobre la calidad de los trabajos de titulación, sin duda las condiciones
referidas deberían motivar a hacer una revisión de estos procesos. Al igual que
la aprobación entre semestres, en la etapa final de la carrera “casi todos los
estudiantes que egresan se titulan” (Medrano, Ángeles y Morales, 2017, p.
42).
Sería ingenuo reducir el asunto de la
calidad de la formación docente al ingreso y el egreso a las instituciones
normalistas. El problema tiene muchas más aristas, pero sin duda tales factores
son necesarios manejarlos con el mayor de los cuidados. Dada la complejidad de
la labor docente y la trascendencia de los profesores en la vida de sus
alumnos, es necesario garantizar que quienes ingresan y egresan de las Escuelas
Normales lo hagan bajo la mayor de las exigencias y, desde luego, sacudir de
cualquier señal de corrupción a estos importantes procesos. La revalorización
del magisterio a la que tanto se ha aludido en los discursos oficiales debe
pasar necesariamente por hacer de las Escuelas Normales instituciones del más
alto rigor, lo que implica, entre muchas otras acciones, hacer más eficientes los
procesos de ingreso y egreso, sin caer en el ilusionismo de que mientras haya
más rechazados o reprobados en las Normales la calidad de estas escuelas se
incrementará.
*Rogelio Javier Alonso Ruiz. Profesor
colimense. Director de educación primaria (Esc. Prim. Adolfo López Mateos T.M.)
y docente de educación superior (Instituto Superior de Educación Normal del
Estado de Colima). Licenciado en Educación Primaria y Maestro en
Pedagogía.
Twitter:
@proferoger85
Facebook: El Profe Rogelio
REFERENCIAS
INEE (2015). Los docentes en México. Informe 2015. México: autor.
MEDRANO, V., ÁNGELES, E. y MORALES, M
(2017). La educación normal en México.
Elementos para su análisis. México: INEE.
OCDE. Who wants to become a teacher? PISA in focus, No. 58. París: autor.
Disponible en: https://doi.org/10.1787/5jrp3qdk2fzp-en
SEP (2010). Normas de control escolar para las instituciones formadoras de docentes
en las licenciaturas de educación básica, modalidad escolarizada. (Disponible
en: http://www.sep.gob.mx/work/models/sep1/Resource/985/1/images/esco2010colores.pdf).
SEP (2019). Principales cifras del Sistema Educativo Nacional 2018-2019. México:
autor.
SIBEN (2019). Estadística. (Disponible en: www.siben.sep.gob.mx).
Prof. Rogelio,
ResponderEliminarMuy interesante su articulo. De manera general, hay alguna especialidad que este rescatando la matricula de las normales en Mx?
Lo peor del asunto es que no obstante las deficiencias academicas con las que egresan muchos nuevos maestros, el sistema acepta mediocridad. Las escuelas que reciben a estos maestros deficientes, que hacen al respecto? Como se les capacita para llenar las brechas de la preparacion inicial?