Rogelio Javier Alonso Ruiz* y Juan Carlos Yáñez Velazco*
En diciembre de 2019, en
Wuhan, China, fueron detectados los primeros casos de una forma de neumonía
que a pocos días se determinó fue generada por coronavirus. Se descubrió
posteriormente que la nueva enfermedad, denominada COVID-19, cuya alta propagación
se da a través de pequeñas gotas de saliva, presentaba síntomas desde una
simple congestión nasal hasta complicaciones respiratorias severas, que
podrían conducir a la muerte. Para entonces, nadie imaginaba las repercusiones
globales que significaría el brote originado, probablemente, en un mercado de
aquella populosa ciudad asiática.
Al comienzo del siguiente
año, el virus ya había burlado las fronteras chinas: se confirmaba
oficialmente su presencia en Tailandia. Después de estos primeros contagios,
el 30 de enero de 2020 la Organización Mundial de la Salud (OMS), pese a que
el virus se seguía concentrando predominantemente en China, catalogó al brote
como una situación de riesgo a nivel internacional. Los escenarios de
emergencia que vaticinaba la OMS se hicieron realidad: a cinco meses de la
declaración de riesgo mundial, el virus ya se encontraba en todos los
continentes superando, a la mitad de julio, 13 millones de infectados, de los
cuales murieron más de 570,000.
La pandemia provocada por el
coronavirus trajo consigo cambios importantes en prácticamente todo el mundo:
desde las restricciones en la convivencia, pasando por la disminución de la
movilidad, hasta la desaceleración de las actividades económicas. Una de las
medidas más utilizadas para tratar de detener el contagio ha sido el
confinamiento en el hogar. De este modo, la actividad escolar presencial se
detuvo: los planteles cerraron sus puertas ante el temor de ser lugares
propicios para una propagación masiva. A mediados de marzo, la UNESCO calculó
que alrededor de 1,500 millones de estudiantes de 190 países no estaban
asistiendo a la escuela.
En México, el primer caso de
COVID-19 se diagnosticó el 27 de febrero de 2020; en Colima, el 17 de marzo.
En sintonía con la estrategia gubernamental denominada “Jornada Nacional de
Sana Distancia”, cuyo propósito fue el establecimiento de medidas sanitarias
para prevenir contagios, el secretario de Educación Pública, Esteban
Moctezuma Barragán, determinó un receso escolar extraordinario, del 20 de
marzo al 20 de abril, aunque muchos gobiernos estatales, como el de Colima,
decidieron adelantarse una semana. El aumento de casos de enfermos no hizo
posible la reapertura de escuelas en la fecha esperada y, a partir de entonces,
comenzó formalmente el programa Aprende en casa, que buscaba, por
diferentes medios como el libro de texto, los programas televisivos o
actividades diseñadas por los profesores, continuar con las tareas escolares
desde el hogar de los estudiantes y maestros. Las escuelas no volvieron a
abrirse durante el ciclo escolar 2019-2020.
Con Aprende en casa,
la actividad escolar dio entonces un cambio repentino, al pasar de una
modalidad presencial a otra remota. Evidentemente, las implicaciones fueron más
allá de la mera sustitución del lugar físico en el que se realizan las
tareas educativas. Durante los más de cuatro meses que las escuelas
permanecieron cerradas, las figuras educativas se enfrentaron a un desafío
hasta hace poco tiempo impensado, que puso a prueba, entre muchas cualidades
más, su vocación, creatividad y sentido humano. Quedaron al descubierto
flaquezas, como las limitaciones que para la tarea educativa representan las
lamentables condiciones sociales de un amplio sector del alumnado o la falta de
equipamiento y capacitación en asuntos tecnológicos. Sin embargo, la pandemia
también hizo brillar intensamente fortalezas como la resiliencia del
magisterio y el deseo inquebrantable de muchos estudiantes que, incluso en los
contextos más adversos, reafirman su confianza en la educación para salir
adelante.
¿Las escuelas seguirán
siendo las mismas cuando vuelvan a abrir sus puertas? Es difícil saberlo, pero
esta experiencia tendría que representar una oportunidad magnífica para
reflexionar profundamente e incluso reinventar la labor educativa. La pandemia
no debe quedar como una anécdota más, sino como una oportunidad para
cuestionar el presente y trazar un mejor futuro. Por eso la relevancia de este
libro: un ejercicio colectivo de diversos actores educativos que contribuyen a
pensar con detenimiento un hecho tan extraordinario como educar en tiempos de
pandemia.
En este volumen se reúnen,
desde el contexto colimense, diferentes visiones en torno a la realidad escolar
durante la emergencia sanitaria. A través de 17 textos se recoge una
diversidad de perspectivas que recorren desde los municipios costeros hasta las
frescas regiones comaltecas, considerando a los alumnos más pequeños del
preescolar, como a los futuros profesionistas del nivel superior y abarcando
las acciones de planeación de un funcionario, pero también las actividades
cotidianas de profesores con su alumnado.
El libro consta de seis
partes. La primera, La pandemia en las escuelas, ofrece un panorama general
de las acciones educativas durante este periodo, desde las perspectivas
mundial, nacional y local. Enseñar desde casa, la segunda, permite
apreciar no sólo las actividades de enseñanza a distancia por parte de los
profesores, sino también sus preocupaciones, tensiones y alegrías. El
siguiente apartado, Educar en condiciones adversas: pobreza y discapacidad,
se centra en dos de los grupos de población más vulnerables y propone una
reflexión urgente sobre el enorme reto que implica hacer de la educación una
práctica de justicia y equidad.
En TIC: límites y
posibilidades se examina la infraestructura tecnológica y la realidad de
su aprovechamiento en las escuelas, así como las múltiples ventajas que
ofrecen para la comunicación, la administración de la actividad escolar y la
diversificación de las tareas de aprendizaje. En el apartado Gestión
directiva en la pandemia, autoridades educativas y escolares relatan las
acciones de organización y liderazgo que fueron necesarias para echar a andar
la estrategia educativa a distancia. Por último, Testimonios de
protagonistas, da voz a alumnos y maestros, quienes manifiestan
apreciaciones personales sobre esta experiencia que, seguramente, los dejará
marcados por el resto de su trayectoria.
En las páginas del libro encontrará
voces y temas muy variados, con una aspiración común: contribuir al debate
educativo plural para que, cuando vuelvan a abrir sus puertas, las escuelas
sean un mejor lugar para aprender y convivir.
*Juan
Carlos Yáñez Velazco y Rogelio Javier Alonso Ruiz, profesores colimenses,
coordinadores del libro “Cuando enseñamos y aprendimos en casa. La pandemia en
las escuelas de Colima”.
Comentarios
Publicar un comentario