Rogelio Javier Alonso Ruiz*
Fue un adiós inesperado. Ni siquiera a nuestros alumnos del último grado los despedimos como merecían. No hubo ceremonias de fin de curso y, si existieron, fue a través de las frías pantallas en las que nadie se puede abrazar ni mucho menos bailar un último vals. No se formó un nudo en la garganta al escuchar Las golondrinas, ni los alumnos corrieron al final del evento a tomarse una última fotografía con su maestro. La escolta de sexto grado no entregó la bandera a sus compañeros de quinto que, en su debut en tan digno cargo, batallaban nerviosos por sincronizar el paso al doblar a la derecha. No hubo padrinos y madrinas con ramos de flores y globos vistosos. En esta ocasión faltaron las camisas en las que se escribieran mensajes para recordar el paso por una escuela a la que ya no se ha de volver.
Pensamos que el Día del Niño ya
estaríamos de nuevo en las escuelas y no fue así. Se fue esa celebración en la
que los maestros hacen las veces de animadores y hasta se disfrazan de los
personajes infantiles del momento, con tal de arrancar una sonrisa a sus
alumnos en esa fecha tan especial. Ese día tan anhelado que, aunque misteriosamente
no está marcado en el calendario escolar, provoca que hasta niños por semanas ausentes
milagrosamente aparezcan en la escuela. Además de ése, perdimos otros momentos,
desde sagrados festejos como el de la madre o el del maestro, hasta acciones
espontáneas como un abrazo o un “¿cómo estás?”, que nos hacen confundir las palabras
escuelas y hogar, padre y maestro, colega y amigo y compañero y hermano. ¿Quién
dijo que a la escuela se va sólo a aprender los quebrados?
Por eso tienen razón los niños cuando
dicen que el momento que más se extraña de la escuela es el recreo: no es
desprecio del aprendizaje, es sabia preferencia por lo afectivo. No es casual
esa explosión ensordecedora que desencadena el timbre que anuncia el comienzo
de esos treinta minutos que se van como un suspiro entre juegos, risas, goles y
tortas compartidas. Nos recuerdan los niños la justa dimensión de algo tan
extraordinario como el encuentro humano que se da día con día. ¿Estaremos entendiendo bien la escuela? ¿O
mejor le pedimos a un niño que nos la explique?
Aquel día de marzo nos despedimos
también, sin saber que era para siempre, de casi 3,000 maestros a los que la
pandemia les arrebataría la vida en los siguientes meses. No se imaginaban
entonces que habían dado su última clase, ni dijeron a sus alumnos que esa
tarea que habían anotado en el pizarrón ya no la revisarían. Tuvieron su
ceremonia de despedida trabajando como cualquier otra jornada, sin escuchar el
poema “Maestrito de pueblo” de labios de algún distinguido exalumno que se lo
dedicaba con gratitud en emotiva ceremonia. Faltarán al regreso a la escuela
también padres de familia, abuelos y muchas personas más, rostros familiares
todos, que pasaron a formar parte de los casi 200,000 mexicanos que hasta hoy la
enfermedad se ha llevado.
Sin duda la pandemia nos ha hecho
extrañar a la escuela y, sobre todo, valorar aquello en lo que rara vez
reparamos, aquello que inexplicablemente parece ordinario: las personas y los
momentos. El aprendizaje formal, de una u otra manera se sigue intentando
realizar, en algunos casos con más éxito que en otros. Pero difícilmente se
puede emular, desde la pantalla o desde la mensajería instantánea, lo que sólo
la escuela da físicamente.
Se pensaba inicialmente que sería sólo
por un mes, pero ya ha pasado un año desde que las escuelas cerraron sus
puertas. El entonces secretario de Educación anunció el 14 de marzo de 2020 que
los centros escolares suspenderían sus actividades presenciales durante cuatro
semanas ante la amenazante pandemia que recién llegaba a nuestro territorio. El
tiempo ha pasado y las escuelas siguen ahí, silenciosas, con sus puertas
cerradas. La lejanía sigue haciendo que anhelemos y valoremos eso que sólo
ellas nos dan físicamente: el encuentro humano en todo su esplendor.
*Rogelio
Javier Alonso Ruiz. Profesor colimense. Director de educación primaria (Esc.
Prim. Adolfo López Mateos T.M.) y docente de educación superior (Instituto
Superior de Educación Normal del Estado de Colima). Licenciado en Educación
Primaria y Maestro en Pedagogía.
Twitter:
@proferoger85
Así es Maestro Rogelio, lo más valioso son las personas y el Encuentro que tenemos con ellas!!
ResponderEliminarDefinitivamente lo más importante siempre será el afecto y la compañía de nuestros alumnos...
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