Rogelio Javier Alonso Ruiz*
No es negar la importancia de la evaluación a gran
escala, ni promover ir a ciegas. No es pedirle a la prueba PISA que sea perfecta, ni minimizar
la importancia de los resultados que proporciona. Ni siquiera discutir si la
confirmación, por parte del vocero de la presidencia, de la participación de
México en PISA es una reacción a conveniencia derivada del abundante repudio.
Pero pareciera que la indignación en el tema educativo a veces está mal
enfocada.
Que cada quien se indigne por lo que
quiera, no es ni necesario pedirlo. Pero es extraño que no haya causado en la
opinión pública ni entre los académicos tanta irritación, como la suscitada en
este episodio, que una niña de San Luis Potosí haya tenido que llegar hasta el
poder judicial para obligar a las autoridades de su entidad a que le
proporcionaran una escuela con baños decentes. Tampoco que las condiciones
laborales de los profesores de inglés en Educación Básica sean cada vez más
precarias, ni que tengan que hacer malabares para lograr un poco de atención
pública hacia su situación. No se habló en tantos programas de televisión o de
radio, con semejante fuerza, sobre el recorte presupuestal a las Normales. Ya
no es noticia que se sigan inaugurando escuelas sin techos dignos o servicios
básicos, pero si lo fue la posibilidad de que México no participara en la
prueba internacional. Pareciera pues a veces difícil seguir la lógica del
escándalo educativo.
Desde luego que no se busca desestimar
la importancia de evaluaciones a gran escala, como lo es PISA. La información
que ofrece permite tener un panorama sobre algunas habilidades básicas de los estudiantes
mexicanos, específicamente del área de la comunicación, el razonamiento
matemático y el pensamiento científico. No obstante, deben tenerse en cuenta
múltiples inconvenientes de esta prueba, tal como su orientación hacia lo
laboral, ignorando otras esferas del aprendizaje, así como su
descontextualización al estar diseñada sobre todo para contextos urbanos y de
países desarrollados.
Tienen razón los que insisten en que
“lo que no se puede medir, no se puede mejorar”, pero también quienes se preguntan
por qué después de tanto medir no termina por llegar la mejoría. De la misma
manera quienes piden “no ir a ciegas”, pero igualmente quienes se desconciertan
ante constantes tropiezos después de tanta luz que nos dan este tipo de
evaluaciones, en las que se ha vuelto casi una tradición escandalizarnos cada
tres años porque los estudiantes mexicanos, situados en las últimas posiciones
de la tabla de resultados desde hace dos décadas, casi no entienden de ciencia
y con dificultades pueden comprender lo que leen.
Parecería lógico pensar que la mejoría
no radica totalmente en la prueba misma: es el diagnóstico y no el tratamiento
de la enfermedad. Sin embargo, no debe perderse de vista que una de las formas
de validez de las pruebas de este tipo tiene que ver con sus consecuencias
(Martínez-Rizo, 2016). No se deben soslayar los efectos adversos que este
examen ha tenido, ya sea por su naturaleza o por el manejo que se le ha dado. Al
respecto, Martínez-Rizo (2016) advierte las consecuencias que la atención excesiva
hacia esta prueba ha traído: banalización del debate público (centrado en los
rankings y no en el fondo de los resultados), empobrecimiento del currículo
(enfatizar la enseñanza hacia lo que cabe en una prueba), cansancio y
desaliento en escuelas y empobrecimiento de las políticas públicas (buscar
soluciones fáciles para grandes problemas).
No es que no se deba exigir entonces que México fortalezca sus prácticas evaluativas y cuente con información confiable sobre la situación educativa, pero el debate debería de ir más allá de PISA: si se saben sus limitaciones, tendrían que reforzarse otras prácticas evaluativas a niveles regional o nacional, tal como la agónica prueba Planea, mucho más cercana al currículo nacional y que ofrecía una mejor retroalimentación a los centros escolares. Desde luego, la evaluación más efectiva, la del aula, tiene que ser centro de atención de las políticas educativas. No es deseable el abandono de un ejercicio de evaluación como PISA, pero el debate en torno al mismo debería ser mucho más profundo que el escándalo que cada tres años provoca ese ranking cuya cima ya nos acostumbramos a verla desde muy lejos.
*Rogelio
Javier Alonso Ruiz. Profesor colimense. Director de educación primaria (Esc.
Prim. Adolfo López Mateos T.M.) y docente de educación superior (Instituto
Superior de Educación Normal del Estado de Colima). Licenciado en Educación
Primaria y Maestro en Pedagogía.
Twitter:
@proferoger85
REFERENCIAS
Martínez-Rizo, Felipe (2016). Impacto
de las pruebas en gran escala en contextos de débil tradición técnica:
Experiencia de México y el Grupo Iberoamericano de PISA. RELIEVE, 22 (1), art.
M0. DOI: http://dx.doi.org/10.7203/relieve.22.1.8244
Reflexiones muy ciertas.
ResponderEliminarNo me digas que estoy mal, dime como puedo mejorar
ResponderEliminarExcelente reflexión.
ResponderEliminarEn México hay muchas cosas que mejorar, desafortunadamente vamos cuesta abajo... ...
ResponderEliminarEn México hay muchas cosas que mejorar, desafortunadamente vamos cuesta abajo... ...
ResponderEliminarEn México hay muchos factores que impiden que se logren los estándares. La mala politica, la economía, entre otras, que afectan que se logre buenos resultados, la formación de maestros, que no es agresión a ellos ya que muchos son excelentes, me refiero más a las capacitaciones, la sociedad a tenido transformaciones gigantescas que ha olvidado los principales valores, pero esto insisto es resultado por nefastos gobernantes, que han dejado empobrecido a nuestro país. Considero que más que quejarnos y destruir con criticas, asumamos cada quién lo que corresponde es lo mínimo que tenemos que hacer.
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