Rogelio Javier Alonso Ruiz*
Es la luna de miel posterior a la elección sindical del magisterio estatal colimense. Todos se abrazan. Se idealizan personajes. Se magnifican o hasta inventan virtudes. El futuro es tan promisorio que el bienestar pareciera estar justo a la vuelta de la esquina. Se tiene la fórmula para recuperar la grandeza. Y entonces, en la entusiasta celebración predomina una idea entre los agremiados: es el momento de “cerrar filas”, dicen unos, es tiempo de retomar “la unidad”, complementan otros.
Hoy la
unidad es el asunto central de abundantes discursos. No es que se le menosprecie
ni que, en cambio, se promueva la división y el individualismo, pero eso a lo
que llaman unidad se le ha romantizado, distorsionado y atribuido poderes que
está lejos de poseer. Perversamente se ha entendido más como sometimiento y
silencio. Hace algunos años, el comité que está por concluir su encargo
promovía el lema “unidos nadie cae”. Y hubo caídas de las más dolorosas. La
unidad, en sí misma, como ha sido desdibujada, no es garantía de nada. Sobran
los ejemplos. La unidad verdadera es una consecuencia y, por el contrario, la falsa
es una simple frase alegre. ¿Tiene claro el magisterio por cuál se está
clamando?
La unidad
no sucede porque sí. No basta con tener problemas y fines comunes. Ni “conocernos
todos”. Tampoco tener las mismas autoridades. No es casual, se construye de a
poco. Una verdadera unidad parte de compartir valores: en los últimos tiempos, por
ejemplo, pareciera que hay una diferencia muy marcada entre la cúpula y la base
sobre lo que es justo y lo que no. Por eso caló que, tras tantas
injusticias y afrentas a la dignidad del magisterio, se haya asegurado que “no
se ha perdido mucho”. Se debe emparejar, en los hechos, los criterios éticos de
todo el gremio.
La unidad
se asienta también en la credibilidad y, tras los agravios recientes y la pasividad,
muchos dejaron de creer en los comités sindicales recientes que, por cierto,
heredan a más de una docena de sus miembros a la planilla ganadora. Nadie puede
negar la decepción generalizada que inspiró, en los últimos años, la política
sindical. Es pues un desafío sacudirse con acciones las fundadas sospechas de
continuidad y con esto recuperar la confianza del magisterio.
Se ha
confundido a la unidad con una supuesta institucionalidad que implica obedecer
ciegamente a quien está al mando, sin cuestionar nada. Se ha entendido que se
debe basar en una paciencia infinita y, quizá por eso, hasta hoy, ninguna gota
haya derramado el vaso a pesar de las graves afrentas de los últimos años. Estar
unidos erróneamente se ha entendido como sinónimo de tolerar y aprobar los más
graves yerros, algunos de ellos descaradamente intencionales. Una unidad cimentada
en la memoria de los “favores”, pero en la desmemoria de las traiciones. Forjada
en la lealtad más hacia las personas que hacia los principios. ¿Eso es
realmente unidad?
No debe
olvidar que justo cuando, en el propio recinto magisterial, se adulaba a un
gobernador que tenía su rodilla sobre el cuello del profesorado, se entonó el
tradicional grito de guerra sindical: “¡Unidad, unidad, unidad!”. ¿Es esa la
unidad que se busca el día de hoy? ¿La que se repite mecánicamente? ¿La que
adorna los discursos? Bien haría el magisterio en alejarse de deseos y
proclamas superficiales y, en cambio, pugnar, por el bienestar propio, que la
unidad se haga realidad en su sindicato. Que no sólo repita "unidad", sino que antes se pregunte: ¿Cuál unidad?
*Rogelio
Javier Alonso Ruiz. Profesor colimense. Director de educación primaria (Esc.
Prim. Adolfo López Mateos T.M.) y docente de educación superior (Instituto
Superior de Educación Normal del Estado de Colima). Licenciado en Educación
Primaria y Maestro en Pedagogía.
Twitter: @proferoger85
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