Rogelio Javier Alonso Ruiz*
Educar siempre ha sido una tarea compleja, pero quizá para muchos docentes colimenses el ciclo escolar 2021-2022 pueda ser recordado como uno de los más difíciles, si no el que más. Condiciones económicas, laborales, sociales, sanitarias, organizativas y políticas formaron un coctel que ha indigestado a las escuelas.
Una primera dificultad tuvo que ver
con lo sanitario. Las medidas implementadas en las escuelas trajeron consigo
que la asistencia del alumnado se limitara. Los aislamientos de casos
sospechosos y confirmados y el temor a la infección se reflejaron en las listas
de asistencia de los grupos. La ola de contagios trajo consigo, sobre todo en
las fases más agudas de la pandemia, ausencia de personal escolar.
Otra ola, pero de violencia y
tragedias, ha tenido efectos negativos en la actividad educativa colimense. El miedo y
las amenazas han mermado la asistencia y la matrícula escolar en las zonas de
mayor inseguridad. Se han tenido que implementar no sólo simulacros ante
balaceras sino protocolos de cierre forzoso. Por si fuera poco, ante la crisis
referida, el apoyo que esperarían las escuelas ha sido insuficiente: “que cada
director decida”, fue la respuesta de la máxima autoridad educativa. No es un
secreto que el miedo es un adversario del aprendizaje.
La situación económica de los
planteles también fue desfavorable. Las
arcas escolares se encontraban, en muchos casos, vacías cuando se tuvieron que
absorber los gastos que implicaba la preparación del protocolo sanitario y el
acondicionamiento de un edificio abandonado por casi dos años. La asistencia por subgrupos durante buena
parte del ciclo escolar implicó que los ingresos se redujeran. El sostenimiento
dependió en una amplia proporción de las aportaciones voluntarias de los padres
de familia. Aunque no les espanta la austeridad, las escuelas tuvieron que
apretarse aún más el cinturón.
Pocas veces la infraestructura
educativa colimense había sido víctima de tantos robos y destrozos. La
reanudación de la actividad presencial se retardó debido a las malas
condiciones físicas de las escuelas. Muchas quedaron sin agua o electricidad.
La atención de las autoridades se fue dando a un ritmo incomprensiblemente
lento y, en muchos casos, nuevamente fueron los padres de familia y hasta los
maestros los que terminaron costeando las reparaciones. Existen centros
escolares que siguen reclamando la intervención de las autoridades.
En el aspecto organizativo, el apetito
de las autoridades por solicitar a las escuelas datos y documentos parece que
se recargó. Se duplican solicitudes de información: registrar la asistencia
diaria del alumnado a la autoridad local, pero también a la federal; de igual
manera, a las supervisiones escolares los casos de COVID-19, aunque éstos hayan
reportados a la plataforma de control escolar. Informes de evaluaciones de
aprendizajes, que seguramente están arrumbados en alguna oficina, también han
sido requeridos quién sabe para qué, sin generar algún tipo de
retroalimentación o seguimiento. Es un enigma, en muchos trámites y solicitudes
de información, su justificación: pareciera que se pide por pedir.
En lo pedagógico, la vuelta presencial
a las escuelas ha significado el momento de constatar el impacto de la pandemia
en los aprendizajes. En muchos casos la pantalla engañó, ofreció una ilusión de
éxito que se derrumbó al primer soplido en las aulas. El desfase entre el grado
escolar y el logro de aprendizaje se incrementó. Hoy no es raro encontrar a
docentes de primaria alta enfocados en la alfabetización inicial. La heterogeneidad
de los niveles de aprendizaje de los alumnos de un mismo grupo propició que el
reto pedagógico creciera sustancialmente.
Desde el punto de vista de las
políticas educativas, las medidas de asistencia voluntaria y no reprobación,
aunque en su momento tuvieron justificación, han traído efectos adversos para
la escuela. Para algunos padres de familia tales disposiciones han representado
la posibilidad de desentenderse de obligaciones elementales. Pareciera, ya con
el paso del tiempo, que las medidas referidas debieron contar con una
advertencia elemental: nada con exceso, todo con medida.
Por si fuera poco, ante este rosario de adversidades, debe citarse a una mayor: los problemas de pago al magisterio. Aunque ya es una desafortunada y dolorosa tradición que docentes de Inglés o de Telebachilleratos sufran, año con año, intermitencias salariales, en este ciclo escolar se sumaron los profesores del sistema de sostenimiento estatal. Además de malestar, el impago de las quincenas provocó en los docentes distracción sobre su labor pedagógica, así como, en algunos casos, paros aislados en los centros escolares.
Se remó a contracorriente durante el ciclo escolar
2021-2022. El desgaste del magisterio empieza a ser evidente cuando se acercan las últimas semanas de un calendario escolar cuya extensión ha sido ampliamente cuestionada. No obstante la alegría que representó el reencuentro entre la comunidad educativa durante el presente ciclo escolar, quizá la razón del descontento sobre su prolongación sea el desgaste provocado por un viaje tan accidentado como el descrito aquí. Cada docente, en su estuche de experiencias personales, podrá guardar algún periodo especialmente difícil para él, por condiciones específicas, ¿cuántos seleccionarán el presente ciclo escolar?
*Rogelio
Javier Alonso Ruiz. Profesor colimense. Director de educación primaria (Esc.
Prim. Adolfo López Mateos T.M.) y docente de educación superior (Instituto
Superior de Educación Normal del Estado de Colima). Licenciado en Educación
Primaria y Maestro en Pedagogía.
Twitter:
@proferoger85
Ciertamente, ha sido un ciclo con muchas complicaciones que solo se quiere finalizar.
ResponderEliminarEs un ciclo muy pesado como en todo, pero con la determinación se puede lograr.
ResponderEliminar-------------------------------------------------
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