Rogelio
Javier Alonso Ruiz*
A partir de la primera sesión ordinaria del Consejo Técnico Escolar (CTE) del ciclo 2022-2023 ya no existirán las guías de trabajo que, para la organización de estos encuentros, eran publicadas por la Secretaría de Educación Pública. Estos cuadernillos eran tomados como referencia, y en muchos casos como mandato, para el desarrollo de las sesiones del órgano escolar. En esta ocasión, la autoridad educativa ha optado por un documento de apenas seis cuartillas que se limita a brindar orientaciones muy generales, de modo que el diseño de la agenda de trabajo recaerá casi totalmente en directivos y docentes.
Como se ha
dicho, el problema en sí no eran las guías de trabajo, sino su seguimiento al
pie de la letra, desde las autoridades educativas, pasando por directores y supervisores,
hasta llegar a los docentes. ¿No rompía esto con el espíritu del máximo órgano
colegiado de las escuelas? ¿No restaba a su facultad de decidir en torno a asuntos
propios? ¿No distraía a sus integrantes de los temas realmente prioritarios?
Así pues, quizá de manera no intencional, las guías de trabajo publicadas
anteriormente ayudaban a fortalecer una práctica nociva para la autonomía de
gestión de las escuelas: las indicaciones “en cascada”, sobre todo en asuntos
pedagógicos.
El
contenido de las guías se convirtió incluso en motivo de auditoría: en Colima,
se llegó al extremo de solicitar a los docentes la comprobación del
cumplimiento, actividad por actividad, de estos documentos de trabajo. Así
pues, una serie de actividades prediseñadas, probablemente ajenas a la realidad
escolar, nutrieron expedientes electrónicos que fueron tomados como referencia
del cumplimiento del funcionamiento de las sesiones. La guía se convirtió en la
medida del CTE.
Desde luego
que no deben echarse campanas al vuelo. Hay que preguntarse si el tránsito de
una guía de trabajo a un documento orientador es síntoma de autonomía: Santos
Guerra asegura que habría que matizar la conveniencia de ésta si “provoca el
sálvese quien pueda” (2002, p. 95). Así, fomentar la autonomía va mucho más
allá que soltar de la mano. ¿Renunciar a la elaboración de guías representa,
para la autoridad educativa, quitarse un peso de encima o adquirir un compromiso
de fortalecer y acompañar las deliberaciones de los centros escolares? ¿La
cultura verticalista terminará imponiendo agendas de trabajo no obstante que,
en el papel, se indique lo contrario? El tiempo dará respuesta a tales
preguntas.
Aunque
parecería poco aconsejable mezclar dos actividades que en sentido estricto son
diferentes, en el calendario escolar el CTE comparte espacio con el Taller
Intensivo de Formación Continua para Docente sobre los Nuevos Planes y
Programas de Estudio. En ese sentido, el documento orientador es también breve:
se limita a presentar el video de una conferencia y diversos textos
informativos del nuevo marco curricular.
Vale decir
que mucha de la información contemplada en los insumos anteriores ya había sido
revisada en la fase intensiva del CTE y que otra (los libros de texto, por
ejemplo) quizá requiera precisiones por parte de expertos en el proceso. Claro
que es deseable que la comprensión del nuevo plan de estudios se dé en el marco
de un trabajo acorde a las condiciones de cada centro escolar, pero esto no
exime a la autoridad educativa de incidir en el proceso e ir más allá de
proveer un listado de materiales bibliográficos, como lo hace en el documento
orientador. Cuando en la guía se dice que “si [los integrantes del CTE] deciden
profundizar en el conocimiento del Plan de Estudios” (SEP, 2022, p. 3), da la
impresión de que el abordaje del marco curricular se sujeta a la voluntad y posibilidad
de cada centro escolar. ¿Es esto adecuado en un Taller de Formación Continua centrado
en un asunto tan importante como el nuevo marco curricular?
Finalmente,
debe mencionarse que la desaparición de las guías de trabajo a las que,
voluntaria o involuntariamente, algunos se sometían, pudiera representar una
situación potencial para el ejercicio de la autonomía de gestión escolar. Queda en duda el papel de la autoridad central,
sobre todo en los asuntos referentes a la capacitación sobre el nuevo marco
curricular. Es una incógnita también si la desaparición de las guías de trabajo
responde más a la falta de propuestas o a un deseo genuino de alentar la
libertad de los centros escolares. Que no se olvide que Gregorio Torres
Quintero afirmaba que el fomento de la iniciativa se da, sobre todo, “en virtud
de una buena centralización” (citado por Arnaut, 1998, p. 3).
*Rogelio
Javier Alonso Ruiz. Profesor colimense. Director de educación primaria (Esc.
Prim. Adolfo López Mateos T.M.) y docente de educación superior (Instituto
Superior de Educación Normal del Estado de Colima). Licenciado en Educación
Primaria y Maestro en Pedagogía.
Twitter:
@proferoger85
REFERENCIAS
ARNAUT,
ALBERTO. (1998). La federalización educativa en México, 1889-1994. México: SEP
/COLMEX/ CIDE.
SANTOS-GUERRA,
MIGUEL ÁNGEL. (2002). La escuela que aprende. Madrid: Morata.
SEP.
(2022). Orientaciones para la primera sesión ordinaria del Consejo Técnico
Escolar y el Taller de Formación Continua para docentes. México: autor.
Excelente artículo, muchas gracias por compartirlo.
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Soy profesor en las secundarias en la Colonia del Valle