Rogelio Javier Alonso Ruiz*
“Esto es pa’ ellos”, “su comida de Pedro”, “voy a subir para arriba” y “¿ya hicistes la tarea?” son algunas de las expresiones que aparecen en versiones preliminares de los próximos libros de texto gratuito de primer grado de primaria y han causado polémica en la opinión pública, sobre todo tras haber sido mencionadas, de manera descontextualizada, en el reportaje “Libros para la militancia: así educará la SEP a estudiantes de 6 años” (https://www.youtube.com/watch?v=yn7k9aYKHmE) en el noticiero de Carlos Loret de Mola, del canal Latinus.
El periodista presenta el reportaje
partiendo de una imprecisión: alarma a su audiencia sobre la falta de revisión
de los libros, sin advertir que se encuentran aún en proceso de edición. No esconde
el presentador, desde el preámbulo del reportaje, que la crítica recae en un
asunto político y quizá hasta de clase: asocia la ignorancia, representada en
un uso “inadecuado” del lenguaje, y la pobreza (que de acuerdo al comunicador
en los textos se asume como una virtud), a que el gobierno busca “hacer de las
escuelas una fábrica de militantes de Morena”.
El conductor informa con incredulidad
que a niños de primaria se les enseñará a organizar asambleas o a protestar
ante las autoridades. La sorpresa resulta
difícil de entender en un medio de comunicación que dio amplia cobertura a
protestas de un sector de la población que se volcó a las calles a reclamar al
gobierno para, según sus propios dichos, defender la democracia, el voto
popular y las instituciones electorales. ¿No sería, en todo caso, para
celebrarse que desde niños los mexicanos conozcan mecanismos de participación
ciudadana?
El contenido del reportaje cae en falsedades.
Se menciona que “para cumplir con las metas pedagógicas, los estudiantes deben
tener dispositivos electrónicos y conocimientos tecnológicos suficientes”. Ejemplificando
lo anterior, se toma una actividad en la que, para elaborar animaciones, los
niños “deben” (de acuerdo a la reportera) contar con una cámara de celular y un
programa de cómputo, pero no se aclara que, para el mismo fin, en la lección se
ofrece como alternativa el uso de dibujos en hojas de papel.
Sin duda el asunto que más polémica ha
levantado es el referente a la enseñanza del lenguaje, en particular, lo
relativo al pretérito perfecto de la segunda persona y la “s” adicional, al
final de los verbos: dijistes, hicistes, fuistes, etc. Es importante
mencionar que no hay, en ninguna parte de la versión preliminar del libro
Nuestros saberes, de primero de primaria, alguna recomendación o prescripción
que aliente a los alumnos a conjugar los verbos de tal manera. En cambio, visibiliza
este uso tan común (y otros más, como la duplicación de posesivos o las
contracciones), sin calificarlo como correcto o incorrecto, en el marco de las
reflexiones en torno al uso de la lengua de acuerdo a los destinatarios o
contextos.
Hay una importante nota al pie de
página que sospechosamente no se menciona en el reportaje: se indica que la
enseñanza de la lengua asumida en el texto se orienta hacia un enfoque descriptivo,
en el que, lejos de sancionar el uso correcto o incorrecto (postura prescriptiva),
se opta por analizar las prácticas y comprenderlas en función de factores
sociales y culturales. Desde luego que
la reflexión misma hará al estudiante valorar la pertinencia de ciertas
variables lingüísticas. Eso sí, el libro de texto recomienda al docente
propiciar el reconocimiento de las situaciones en las que conviene adecuar el
uso de la lengua: no será lo mismo escribir un mensaje de WhatsApp que un artículo
científico.
Es curioso que quienes en lo político
han señalado en otros autoritarismo e imposición, en lo pedagógico desdeñen el
enfoque descriptivo en la enseñanza del lenguaje en lugar del
prescriptivo.
Como se observa, hay una lectura
sesgada de fragmentos del libro de texto, lo que ha devenido en un alboroto que
redundó, incluso, en asumir que se busca que “los niños hablen como el
presidente”. Es innegable que en el señalamiento a expresiones como “dijistes”
el interés lingüístico pesa poco, o seguramente nada, en comparación con los
motivos sociales y políticos. Se trata, en buena parte, de una cuestión de clase.
El reportaje quizá pretenda reforzar, con nulos argumentos, pero sí con
imprecisiones, exageraciones y hasta falsedades, la idea prevaleciente en la
oposición respecto al aprovechamiento de la pobreza y la ignorancia por parte
del grupo en el poder. Por eso, Loret de Mola concluyó que las escuelas se
convertirían en “fábricas de militantes de Morena”, al asociar a estas personas
condiciones como la miseria y la ignorancia, supuestamente fomentadas por los
libros de texto. Clasismo.
Desde luego que hay áreas de mejora en
los libros de texto y en las políticas educativas. Sobre los textos, existen
críticas muy precisas en términos pedagógicos que han expresado especialistas,
cuyos nombres sí son conocidos, no como los anónimos “especialistas” referidos en
el reportaje en cuestión. La crítica no puede distraerse en elementos
secundarios ni nublarse por animadversiones. Ya un grupo de académicos y líderes
de opinión ha acusado, con flagrantes e irresponsables imprecisiones, que los
grados escolares desaparecerían o que los maestros ya no evaluarían a los
alumnos. En otra ocasión, la comunicadora Fernanda Familiar acusó, sin pruebas
de por medio, a los libros de texto de ser vehículos para la introducción de un
inverosímil coctel ideológico: “el franquismo, el nazismo, el comunismo
soviético y el socialismo venezolano”. Habiendo tantos problemas reales que
discutir y atacar, es difícil explicar el afán de pelear contra molinos de
viento.
*Rogelio
Javier Alonso Ruiz. Profesor colimense. Director de educación primaria (Esc.
Prim. Adolfo López Mateos T.M.) y docente de educación superior (Instituto
Superior de Educación Normal del Estado de Colima). Licenciado en Educación
Primaria y Maestro en Pedagogía.
Twitter:
@proferoger85
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