Rogelio Javier Alonso Ruiz*
Las frases
mencionadas chocan con diversos fenómenos actuales, sobre todo en el ámbito
económico y laboral. La creciente industria del reparto de alimentos es un claro
ejemplo de ello. El reporte Este futuro no applica (Oxfam, 2022) revela datos
importantes sobre el estado de este negocio. El documento presenta testimonios
de repartidores sobre incidentes de acoso sexual, accidentes de tránsito,
enfermedad e inseguridad, sin que las empresas hayan dado un soporte
significativo hacia los trabajadores. Si bien las situaciones anteriores
implican al Estado, el informe advierte sobre “la ausencia de responsabilidad
solidaria de las plataformas que las emplean [a las personas repartidoras]”
(Oxfam, 2022, p. 53).
De acuerdo
con el reporte, la concentración de la riqueza en pocas manos a través de esta
actividad ha generado que, para aplicaciones como Didi, valuada en 62,000
millones de dólares, las utilidades anuales de sus trabajadores no representen siquiera
el 1% de los ingresos totales de la empresa.
Lo anterior se combina con mecanismos de exención tributarios obscenos, potenciando aún más el acaparamiento de la riqueza. Como consecuencia de lo
anterior, el personal de reparto “no ha recibido aumento de salarios, mejores
condiciones laborales, seguridad social, entre otros; es decir, las y los repartidores
se encuentran en condiciones cada vez más precarias” (Oxfam, 2022, p. 65).
Fenómenos
como las aplicaciones de reparto de comida hacen repensar las aristas de los
grandes problemas a los que se enfrenta el mundo y traen a la mente las
repetitivas frases de los libros de texto. Son ejemplo claro de que el éxito de
unos pocos en ocasiones se logra, en parte, a través del sometimiento de muchos.
Son muestra también de que el mérito individual en ocasiones borra al mérito
colectivo: ¿qué tan relevantes son los miembros de ese numeroso ejército de
repartidores desprotegidos en el éxito multimillonario de las empresas a las
que sirven y en las abultadas fortunas de sus dueños?
Es innegable
que las innovaciones brillantes, como las aplicaciones de entrega de comida,
han traído beneficios colectivos importantes. Sus creadores, indudablemente,
merecen recompensas significativas por su preparación y trabajo realizado. No
se cuestiona la prosperidad del negocio, pero sí su aumento exorbitante echando
mano del incumplimiento de responsabilidades sociales, como el pago de cargas
tributarias, así como el sometimiento de sus trabajadores, a quienes disfrazan
de “socios” para olvidarse de proveer condiciones laborales elementales. Se
cuestiona que el mérito y los beneficios individuales vayan en detrimento del bienestar
de muchos otros. Se discute que el éxito
individual desconozca los intereses y los méritos colectivos.
Así pues,
saltan al aire varias preguntas. Aunque el diseño de una aplicación sea notoriamente
relevante, ¿no es también importante e indispensable para la empresa el conducir una
motocicleta bajo la lluvia y hacer llegar un pedido? ¿Es justificable la
acumulación de riquezas en la cúpula de la pirámide mientras la base se debate
entre condiciones riesgosas de trabajo, falta de prestaciones de ley e ingresos
raquíticos? ¿Pagar impuestos y dar a los trabajadores condiciones mínimas mermaría
significativamente la justa retribución que merecen los dueños?
El
conocimiento técnico es útil y necesario, pero está incompleto si no se
acompaña de una sólida base de valores y un amplio sentido comunitario. Es en
esto último en lo que parece poner el acento la nueva propuesta curricular. Las
frases aludidas parecen no ser sólo simbolismo: no es casualidad que los docentes
adviertan que los proyectos didácticos establecidos en los libros de texto tienen
una notable carga hacia contenidos de índole humano y social. En ese sentido,
no bastaría con enseñar a alguien diseñar una aplicación, sino, en la misma
proporción, también a pensar en sus implicaciones sociales.
No es
fortuito tampoco que uno de los inspiradores de la nueva propuesta curricular,
Paulo Freire, pugne por una educación que transforme las situaciones de
opresión, como a las que claramente se enfrentan los repartidores de alimentos.
¿Son conscientes estos trabajadores de la opresión que enfrentan o ya las
injusticias se asimilan como algo natural? Mas allá de que la actividad la
realicen por necesidad, ¿qué requieren para despertar? ¿No entra ahí la escuela
para enseñarlos a leer el mundo y no sólo a hacer cuentas para dar los cambios exactos
al entregar un pedido?
Para quien
escribe estas líneas inicialmente la repetición de las frases de los libros de
texto parecía un énfasis forzado que llevaba a una redacción monótona (https://proferogelio.blogspot.com/2023/07/los-nuevos-libros-de-texto-las-aulas-o.html). Sin embargo, tienen razón los libros de texto al recordarnos mediante
la repetición de frases, hasta parecer disco rayado, que somos parte de una
comunidad. El énfasis es pertinente. Debería ser algo que siempre tengamos
presentes. Así como muchos memorizamos las tablas repitiéndolas una y otra vez,
ojalá tengamos siempre presente algunas de las frases que se encuentran casi a
cada página del libro de texto. Falta a la ética el esfuerzo y el éxito
individual cuando se construye a costa de la desgracia de otro. Que triunfen
las nuevas generaciones “sin olvidar que son parte de una comunidad”.
*Rogelio
Javier Alonso Ruiz. Profesor colimense. Director de educación primaria (Esc.
Prim. Adolfo López Mateos T.M.) y docente de educación superior (Instituto
Superior de Educación Normal del Estado de Colima). Licenciado en Educación
Primaria y Maestro en Pedagogía.
Twitter:
@proferoger85
REFERENCIAS
OXFAM
(2022). Este futuro no applica. México: autor, 2022.
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