Enaltecido por sus grandes
virtudes y logros políticos, recibe también el desprecio de muchos acusándolo
de traidor, vende patrias y hasta dictador. En un extremo, están quienes buscan
lucrar política y laboralmente con la figura de Juárez, al considerarse falsamente
herederos de la grandeza de la generación liberal y por el otro lado están los
historiadores al servicio del poder, quienes intentan destruir el legado
indiscutible del oaxaqueño. Para unos y otros, sería conveniente conocer
objetivamente la figura histórica de Benito Juárez. Al analizar las virtudes
políticas y humanas del Benemérito de las Américas, quienes lo admiran
falsamente se darán cuenta que decirse seguidor de Juárez va más allá de
visitar un monumento cada 21 de marzo y quienes tratan de borrarlo advertirán
que muchos rasgos de su grandeza simplemente no tienen punto de discusión.
Un rasgo admirable de la
personalidad de Juárez era su humildad. Para muestra de lo anterior, basta una
anécdota: se dice que después de su exilio en Nueva Orleans, al incorporarse a
las filas de la casi victoriosa Revolución de Ayutla, Juárez no dio a conocer
su nombre ni los cargos que había ostentado, es decir, se unió al movimiento
como cualquier civil que deseaba pelear en contra de la dictadura de Santa
Anna. Sus compañeros revolucionarios no lo reconocieron, pues llegó vestido de
manta y, en aquella época sin fotografías, la fisonomía de muchos personajes
políticos era ignorada por la gran mayoría de la población. Finalmente,
advirtieron que se trataba de Benito Juárez cuando llegó correspondencia con su
nombre. ¿Es concebible en nuestros tiempos que un exgobernador, como lo era
Juárez en aquel entonces, acceda a ser tratado como un simple ciudadano? ¿Es la
humildad de Juárez cómoda para aquellos que se embriagan de prepotencia con
cualquier cargo público, por más insignificante que sea?
Otra de las grandes virtudes de
Juárez fue su congruencia: conectaba perfectamente sus ideales, mensajes y
hechos. Así pues, por ejemplo, en los tiempos de mayores dificultades
económicas para el país, fue el primero en suspenderse el pago, al grado de
tener que calzar botas rotas. No son pocas las veces que hemos escuchado que la
población tendrá que “ajustarse el cinturón” o que habrá recortes
presupuestales a los derechos básicos pero, al mismo tiempo, sigue habiendo
recursos inagotables para apartamentos lujosos, aviones faraónicos y sueldos
desorbitantes. ¿Cuántos funcionarios satanizan las autodefensas y la justicia
por propia mano, pero a la vez viven custodiados día y noche por personal de
seguridad?
Otro de los rasgos admirables de
Juárez fue su gran capacidad de liderazgo, pues, aún sin ser el más brillante
de su generación política, fue capaz de poner a su lado, con naturales
diferencias en su momento, a personajes de la talla de Ocampo, Lerdo de Tejada,
Iglesias, Comonfort, Mata y Arriaga. Dirigió el concierto de, para muchos, la
mejor generación de políticos de la Historia de México: los liberales. Coincidió,
chocó y concilió con sus compañeros de causa, pero siempre en los momentos
trascendentales supo compartir el escenario. Supo ceder los reflectores y el
protagonismo, como cuando, obligado por la avanzada francesa, se tragó el
orgullo y se alió con sus rivales liberales del norte del país. No le importó a
Juárez que figuraran otros nombres, ni darles poder. ¿Acaso actúan así los
políticos de estos tiempos al, por ejemplo, ceder alguna candidatura?
Aunque muchos lo refuten (principalmente
con el único y trillado argumento del Tratado McLane-Ocampo), Juárez fue un
férreo defensor de la soberanía nacional. Por eso, probablemente, Juárez no le
perdonó la vida a Maximiliano: por haberse metido con la soberanía de México,
uno de los componentes más sagrados de cualquier nación. Que si bien
Maximiliano no resultó tan conservador como los mismos conservadores esperaban,
no fue suficiente argumento para que Juárez le perdonara la vida.
Así pues, tampoco se pretende
santificar a Juárez. Son innegables sus yerros y defectos personales. No se
oculta el tratado McLane-Ocampo que, si bien no regalaba al aliado extranjero
un solo centímetro del territorio nacional ni cedía una pizca de
soberanía, representó una forma de
alianza entre el débil y el poderoso, como se acostumbraba en la época. No se
soslaya tampoco que nunca ganó una elección y que duró muchos años en el poder,
pero las circunstancias de la época (guerra civil y, posteriormente, invasión
extranjera) no hacían propicia aún la concreción de los ideales democráticos. Quienes
critican a Juárez proceden de una manera amañada: juzgar sus yerros del pasado
con criterios del presente. Curiosamente, no proceden de esta forma cuando se
trata de contemplar las virtudes del indio oaxaqueño.
En síntesis, se odia a Juárez
porque se trata de borrar de la memoria colectiva a un personaje con un modus
operandi diametralmente opuesto a las costumbres políticas actuales. El rechazo
al oaxaqueño y los deseos por aminorar su legado no son gratuitos: sus
principios eclipsan las prácticas políticas cotidianas, de ahí que quizá sea el
personaje histórico más golpeado por los historiadores al servicio del poder.
Si bien el impacto del Benemérito de las Américas y sus allegados en la
configuración de la organización política del país es evidente hasta la
actualidad, las muestras de sus enormes virtudes humanas le dan aún mayor peso
a la figura del oaxaqueño.
REFERENCIAS:
Salmerón, Pedro. Juarez, la rebelión interminable.
México: Para leer en libertad, 2015.
Taibo, Paco. Conferencia “La
Batalla de Puebla”. Buzón ciudadano. Disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=uPdTuV70ttQ&t=709s
(Accesado el 07 de noviembre de 2016).
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