Rogelio Javier Alonso Ruiz*

El Instituto Nacional para la
Evaluación de la Educación (INEE), en el documento Infraestructura, mobiliario y materiales de apoyo educativo en las
escuelas primarias. ECEA 2014 (INEE, 2016) hace un análisis de las
condiciones físicas de una muestra a gran escala de escuelas del país. En dicho
estudio se establece, entre otras cosas, que casi uno de cada tres docentes
(31%) considera que su salón es pequeño para el número de estudiantes de su
grupo, así como que el 30.6% de las escuelas analizadas no dispone de
suficientes tazas sanitarias exclusivas para estudiantes, mientras que en 13.7%
hay déficit de aulas para la cantidad de alumnos que se atienden, es decir, hay
mayor número de grupos que de salones (p. 18). Se observa entonces que la
cantidad de alumnos en un grupo o escuela no es algo que pase inadvertido para
los docentes ni que carezca de trascendencia en la dinámica cotidiana de las
instituciones educativas: influye directamente en situaciones tan cotidianas
como la disponibilidad adecuada de sanitarios o aulas.
No obstante que la Organización
para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) reconoce las ventajas de
las clases más pequeñas (2016, p. 418), también menciona que no existe una
evidencia concreta de dependencia entre el tamaño de los grupos y el
rendimiento académico. ¿Por qué no la hay? Seguramente, algo tiene que ver una
idea muy arraigada, y no necesariamente correcta, en la cultura educativa de
nuestros tiempos: asociar el éxito escolar a la aprobación de un examen. Contar con clases reducidas sin duda permite
realizar las actividades de enseñanza de una manera más óptima, lo que
supondría, aunque de manera imprecisa, que el aprendizaje va a llegar por
añadidura y por los tanto los resultados académicos se incrementarán. Sin
embargo, no debemos olvidar que la enseñanza y el aprendizaje son dos fenómenos
que no necesariamente se encuentran ligados por una relación de causa y efecto
(Gvirtz y Palamidessi, 2006, p. 135): puede haber enseñanza (incluso de la
mejor calidad) sin que se produzca el aprendizaje o viceversa.
Así pues, considerando lo
anterior, los grupos reducidos representan una oportunidad para que el docente desempeñe
mejor las tareas de enseñanza, sin embargo, las tareas de aprendizaje del
alumno pueden seguir enfrentando obstáculos ajenos a la labor del profesor:
desde características biológicas hasta factores sociales, económicos o
culturales. De este modo, se hace difícil distinguir el impacto del tamaño de
la clase en el logro de los propósitos educativos, pues se diluye entre
múltiples factores. Los éxitos o fracasos en el ámbito educativo siempre serán
la suma de muchos factores; es difícil atribuir un acierto o una falla a una
variable exclusivamente, lo que dificulta poder distinguir la influencia de una
en específico.
No es tan fácil distinguir los
efectos del tamaño del grupo al revisar el logro de los aprendizajes mediante
la aplicación de pruebas estandarizadas, pues se ha demostrado en estudios como
el de Botello-Peñaloza (2016) que las calificaciones obtenidas en exámenes a
gran escala, como PISA, son el resultado de la confluencia de múltiples factores,
entre los que destacan los ingresos, la educación de los padres y la edad de
los evaluados. Botella-Peñaloza (2016), a pesar de advertir una mayor
influencia de estos factores, concluye que existe “una relación negativa entre
el tamaño de la clase y el desempeño académico de los estudiantes en América
Latina con base en la prueba internacional PISA de 2012” (p.106). Quizá el
número de alumnos en un grupo no es razón suficiente para explicar el logro en
este tipo de mediciones, sin embargo, parece que su influencia, aunque menor
que otros factores, no es debatible.
La postura de las autoridades
educativas ante el fenómeno de los grupos atiborrados se caracteriza en muchos
casos por la indiferencia, actitud que quizá responda a que, gran parte de
ellas, llevan varios años alejados de las aulas. Llegan incluso a acusar de
quejosos a los docentes actuales argumentando que en décadas pasadas eran comunes
los grupos de hasta sesenta alumnos, pero olvidan que esto respondía a que la
prioridad del Sistema Educativo en aquellos tiempos era la cobertura y no la
calidad como se exige en la actualidad. Se escudan en no contravenir alguna
norma (el Instituto Nacional para la Infraestructura Educativa establecen 45
estudiantes como cupo máximo para un grupo), pero se olvidan de documentos
donde se establecen preceptos pedagógicos que se vuelven complicados de cumplir
conforme se incrementa el número de estudiantes.
Asimismo, las autoridades no dudan
en atiborrar grupos pues disfrazan sus efectos nocivos en la falta de consenso
en cuanto al impacto de estas medidas en los resultados de pruebas
estandarizadas (los que para la lógica gubernamental es sinónimo de éxito
educativo), pero no dicen, quizá por ignorancia o por conveniencia, que estos
resultados están determinados en gran proporción por factores del entorno
escolar (Blanco, 2011, p. 320). Por último, las autoridades aceptan la fusión
de grupos y el cierre de escuelas señalando que así se hace más eficiente el
gasto, argumento que pierde totalmente su validez al observar los presupuestos
millonarios en los sueldos de la clase gobernante y los recursos desorbitantes
que se asignan, por ejemplo, a los partidos políticos y a otras instituciones
oficiales: ¿para unas cosas sí se hace eficiente el gasto y para otras no?
Está claro que no hay un consenso
sobre los efectos positivos de los grupos reducidos en los resultados de
pruebas estandarizadas, sin embargo, parece que sí lo hay en cuanto a los beneficios que representa para el trabajo
cotidiano. A nivel nacional, el INEE (2016) señala que el tamaño del salón de
clases (grande, adecuado o pequeño en función de la cantidad de alumnos) “puede
influir en el clima organizacional tanto de la escuela como del interior de las
aulas” (p. 39), mientras que a nivel internacional la OCDE establece que las
clases más pequeñas “permiten que los profesores se centren más en las
necesidades individuales de los estudiantes y se reduzca el tiempo de clase que
dedican a mantener el orden” (2016, p. 418). Asimismo, diversos estudios en
poblaciones específicas coinciden en las bondades de los grupos reducidos: “los
alumnos recibirían mayor atención a sus necesidades personales, en un ambiente
menos anónimo, más propicio a la contención emocional” (Blanco, 2011, p. 243),
así como que los “salones de clase más compactos reducen el número de
interrupciones y de ruido en el aula […] el docente puede brindar una atención más
personalizada [y] con un menor número de estudiantes se pueden llevar a cabo
actividades que exijan la participación de cada individuo” (Botella-Peñaloza,
2016, p. 117).
En suma, es importante observar
este fenómeno con un equilibrio justo: ni los grupos reducidos son la panacea
de nuestras fallas en el ámbito educativo, ni los grupos numerosos son los
causantes exclusivos de la crisis de resultados educativos. Lo que es un hecho
es que las clases con menos estudiantes representan opciones más viables para
que los docentes realicen con mayor eficacia las tareas de enseñanza, lo que incrementará
las posibilidades (recordemos que el aprendizaje no es un fenómeno
garantizable) de que se logre el éxito en el logro de los aprendizajes. Al igual que, como ya se explicó, no
necesariamente se debe asociar a la enseñanza con el aprendizaje, tampoco se
debe vincular a los grupos reducidos necesariamente con mejores resultados en
exámenes estandarizados. Al igual que una buena enseñanza incrementa las
posibilidades de que se genere un aprendizaje, un grupo reducido (y las
múltiples ventajas pedagógicas que representa) aumentaría también, aunque en
menor medida comparado con otros factores, las probabilidades de tener mejores
resultados educativos. En definitiva, aunque no se trate de un factor
determinante (como casi ninguno otro lo es en el terreno educativo), los grupos
reducidos favorecen el trabajo que se desarrolla cotidianamente en las aulas.
*Docente colimense de Educación
Primaria (Esc. Prim. Distribuidores Nissan No. 61 T.V.) y de Educación Superior
(Instituto Superior de Educación Normal del Estado de Colima). Licenciado en
Educación Primaria y Maestro en Pedagogía.
Twitter: @proferoger85
REFERENCIAS
BLANCO, Emilio. Los límites de la escuela: educación,
desigualdad y aprendizajes en México. México: El Colegio de México, 2011.
BOTELLO-PEÑALOZA, Héctor. Desempeño académico y tamaño del salón de
clase: evidencia de la prueba PISA 2012. Actualidades pedagógicas (67), 97-112.
Bucaramanga: Universidad Industrial de Santander, 2016.
GVIRTZ, Silvina y Mariano PALAMIDESSI.
El ABC de la tarea docente: currículum y
enseñanza. Buenos Aires: Aique, 2006.
INEE. Infraestructura, mobiliario y materiales de apoyo educativo en las
escuelas primarias. ECEA 2014. México: INEE, 2016.
OCDE. Panorama de la Educación 2016. Indicadores de la OCDE. Madrid:
Santillana, 2016.
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