Rogelio
Javier Alonso Ruiz*
Una de las fechas festivas más
importantes del calendario mexicano sin duda lo es el Día del Maestro. Cada 15
de mayo es común escuchar discursos enalteciendo la loable tarea de quienes
dedican su vida a la formación de la niñez y la juventud. En esta fecha se vierten infinitas muestras de gratitud y de
elogios que hacen soñar con la reivindicación del profesorado. Pero, ante todo
este vendaval, que va desde la entrega de la manzana del alumno agradecido y
sincero, hasta el discurso más hipócrita de un político opresor del magisterio, cabe
preguntarse ¿para qué debe servir realmente el 15 de mayo? ¿qué sentido le
debemos dar a la celebración del Día del Maestro? ¿qué es lo que debemos
recordar en esta fecha?
Que el 15 de mayo sea motivo de
reconocimiento para aquellos profesores que inspiran a sus pupilos en la
búsqueda de un mundo más próspero, justo y libre. Un reconocimiento no sólo a
quienes ejercen esta función desde el aula, sino en cualquier espacio,
sintiéndose responsables de la misión transformadora y liberadora que por
naturaleza debe tener la docencia. No es fortuito que Miguel Hidalgo, además de
cura, docente polémico, iniciara el movimiento de independencia y desafiara las
leyes virreinales, al liberar a los presos y decirles con sabiduría: “su
justicia no es nuestra justicia”. No es casualidad que el Plan de Ayala, quizá el
documento más representativo de la justicia social, surgido durante el México
revolucionario, haya sido escrito por la pluma de un destacado maestro rural
morelense: Otilio Montaño.
Así pues, estos dos personajes han
llevado más allá de las aulas sus funciones como docentes. Recordemos que
Freire(2005), establecía sobre la misión educativa que “la liberación
auténtica, que es la humanización en proceso, no es una cosa que se deposita en
los hombres. No es una palabra más, hueca, mitificante. Es praxis, que implica
la acción y la reflexión de los hombres sobre el mundo para transformarlo” (p.
90) y han llevado a su esplendor uno de los supuestos de este pensador
brasileño sobre la pedagogía de la liberación: “el mundo ahora, ya no es algo
sobre lo que se habla con falsas palabras, sino el mediatizador de los sujetos
de los educandos, la incidencia de la acción transformadora de los hombres, de
los cuales resulta su humanización” (Freire, 2005, p. 100).
Que esta fecha nos recuerde la
importancia del papel del maestro en las transformaciones que requiere el país,
sobre todo como ideólogo más cercano a las masas, tal como lo demostraron
numerosos docentes durante la Revolución Mexicana, en la que participaron
decisivamente personajes como Esteban Baca, Otilio Montaño o Alberto Carrera
Torres. Pocas o ninguna profesión puede brindar la cercanía social para conocer
y entender de manera tan directa los males que aquejan a los inconformes. Quizá
pueda debatirse que la lucha revolucionaria de personajes como los anteriores se
efectuó primordialmente al margen de sus actividades docentes, pero eso no
opaca en ningún sentido la trascendencia de su figura como maestros para
enrolarse en las actividades revolucionarias: “la única y mayor ventaja que el
maestro tiene sobre otros elementos intelectuales en cualquier situación
revolucionaria, es la combinación de respeto y confianza, que hacia ellos
manifiestan los grupos disgustados, incluso los militares, pero, sobre todo, la
impetuosa multitud” (Cockcfrot, 1978, p. 568).
Que este día sirva también para festejar
a aquellos maestros que no venden su dignidad ni siquiera por favores políticos
o económicos: desde migajas hasta banquetes opulentos. Que nos recuerde que, en
sintonía con lo anterior, alguna vez un profesor llamado Librado Rivera, brillante
magonista precursor de la Revolución Mexicana, demostró que la congruencia ideológica y la
decencia no tienen precio, a pesar de los tentadores anzuelos que perversamente
pueda tender el poder: “se me ofreció una curul para senador, otra para diputado
(…), pero nada de eso acepté a pesar de la miseria en que siempre he vivido”
(Taibo II, p. 16), dijo el implacable profesor Rivera, negándose así a traicionarse
a sí mismo y a las causas por las que luchaba, a cambio de dádivas del gobierno
y un poco de comodidad personal. Tengamos así presente que los maestros,
ejemplo por excelencia de la niñez y la juventud, deben manifestar entereza y
solidez en sus pensamientos y obras y compromiso con su obra de transformación.
Que esta fecha tan especial sea motivo
para que recordemos todas las penurias que pasaron quienes nos antecedieron en
el ejercicio de esta dichosa profesión, desde los maestros perseguidos y mutilados
en tiempos de la Cristiada y la educación socialista , hasta los profesores
brutalmente reprimidos por los gobiernos más recientes en respuesta a las
manifestaciones de protesta a las políticas de desprofesionalización del
magisterio. Que conmemoremos también los vastos momentos gloriosos para el
magisterio: el nacimiento del normalismo en la época porfirista, los años de
oro de la Escuela Rural Mexicana, la participación de los maestros itinerantes en
las Misiones Culturales, la elevación al grado de licenciatura de las carreras
normalistas, entre otros.
Que sirva este día también para tener
presentes, no como rencores que amarguen la fecha, sino como la contemplación de heridas de guerra, las ofensas de aquellos maestros que han traicionado y escupido a su
propia profesión, sobre todo desde las más altas esferas del poder. Ejemplos
sobran: desde Plutarco Elías Calles, padre fundador del hoy Partido
Revolucionario Institucional, quien, a pesar de haber sido maestro, como
candidato presidencial tachaba a la docencia como una profesión “pusilánime y
falta de carácter” (Arnaut, p. 55), hasta aquellos que, en los últimos años, han
permitido que el opresor del magisterio obre a placer, incluso negociando
beneficios políticos y personales en detrimento de la defensa de los derechos
del profesorado. Así pues, este día debe servir para honrar la memoria
histórica de nuestra profesión y colocarla como piedra angular de nuestra
identidad y de nuestro amor por el trabajo cotidiano en las aulas.
Ojalá este 15 de mayo sirva de
recordatorio a los docentes que por nuestras venas corre la misma sangre que ilustres
profesores como Hidalgo, Rivera y Montaño, quienes, de formas diferentes y,
cabe decir, traspasando los límites del aula, fueron motores de algunas de las
transformaciones más importantes de nuestra nación. Que honremos la memoria de
todos aquellos que transitaron nuestro camino bajo condiciones más adversas y
cosecharon a su vez logros que han servido de cimiento para la construcción de
nuestro país. Que nos permita recordar que el maestro, por naturaleza, debe ser
crítico de la realidad y, como asevera Freire (2005) procurar “un esfuerzo
permanente a través del cual los hombres [vayan] percibiendo, críticamente,
cómo están siendo en el mundo, en el que y con el que están” (p.96). Por todo
lo anterior, esta fecha tan especial en el calendario nacional debe ser motivo
para congratularnos de la obra que el magisterio ha legado al país. Que todos
los días sean Días del Maestro, que todos los días celebremos y reconozcamos la
trascendencia de cada profesor y su labor cotidiana, que todos los días
valoremos que en un aula hay personas que no sólo se encargan de alfabetizar
para leer un escrito, sino para leer el mundo.
*Rogelio Javier Alonso Ruiz. Docente
colimense de Educación Primaria (Esc. Prim. Distribuidores Nissan No. 61 T.V.)
y de Educación Superior (Instituto Superior de Educación Normal del Estado de
Colima). Licenciado en Educación Primaria y Maestro en Pedagogía.
REFERENCIAS
ARNAUT, Alberto. Historia de una profesión. Los maestros de educación primaria en México,
1887-1994. México: SEP, 1998.
COCKCROFT, James. El maestro de primaria en la Revolución mexicana. México:
Movimiento, 1978.
FREIRE, Paulo. Pedagogía del oprimido. México: Siglo XXI Editores, 2005.
TAIBO II, Paco. Librado Rivera: el último de los magoneros. México: Para leer en
libertad, 2010.
Comentarios
Publicar un comentario