Rogelio
Javier Alonso Ruiz*
El derecho a la educación sigue siendo
una fantasía en nuestro país: de acuerdo a las tendencias actuales, en México sólo uno de cada cuatro alumnos que inicia la educación primaria podrá terminar
la educación superior. En ese sentido, las cifras son por demás crueles: se
estima que de los 2,475,340 alumnos que ingresaron a primaria en ciclo escolar 2001-2002,
casi dos millones no lograron egresar de la licenciatura, es decir, sólo el 24%
(594,561 estudiantes) de aquellos alumnos "sobrevivieron" a los 16 años del trayecto. El cumplimiento del tramo educativo obligatorio es
igual de trágico y está lejos de concretarse: de 100 alumnos que ingresan a
primaria, apenas 45 logran egresar de bachillerato y uno más de profesional
técnico (SEP, 2018, p. 12), es decir, son más los que se quedan en el camino
que los que llegan a la meta. A la luz de estas cifras se advierte entonces un
problema grave en la trayectoria escolar de los alumnos de nuestro país,
situación motivada por otras adversidades relacionadas con las condiciones
sociales y económicas, la cobertura educativa y el aprovechamiento académico,
entre otros.
La relación entre pobreza y
oportunidades educativas es más que evidente. No es casualidad que entidades
como Chiapas, Oaxaca, Veracruz y Guerrero, cuyos niveles de Producto Interno
Bruto per cápita son los más bajos del país, sean también los que poseen menor
escolaridad entre sus habitantes (rondan entre los siete y los ocho años). De
forma inversa, entidades como Ciudad de México y Nuevo León, con las mejores
condiciones económicas, son las que tienen mayores niveles de escolaridad
(entre 10 y 11 años) (INEE, 2019, p. 162). En lo referente al analfabetismo, la tasa del
primer grupo de entidades es cinco veces superior a la del segundo grupo: 12.8%
por 2.4%. Evidentemente, el problema de trayectoria escolar está hermanado con
las condiciones de pobreza que prevalecen en nuestro país. La pobreza es con
seguridad el principal factor asociado a la permanencia de los alumnos en la
escuela.
La cantidad de alumnos que se atienden
en el trayecto de la educación obligatoria sufre un descenso considerable al
llegar al nivel medio superior y toma tintes dramáticos en el nivel superior. Durante
el ciclo escolar 2017- 2018, al finalizar el tramo de edad correspondiente al
nivel medio superior (17 años), el porcentaje de atención a la población
específica de esa edad apenas superó el 60%, mientras que, a partir de los 18
años de edad, el porcentaje de atención se sitúa apenas por encima del 40%
(SEP, 2018, p. 11).
Además del económico, hay otros factores que
deben resaltarse en los datos estadísticos de los niveles referidos: la
reprobación y la cobertura. Sobre el primero, a partir del nivel medio superior,
su índice se ubica en 13.9%, es decir, casi tres veces más con respecto al que
se da en educación secundaria (5.2%); en cuanto a cobertura, si bien en la
educación básica se puede considerar prácticamente de un acceso universal, a
partir del bachillerato la cobertura cae a un 78.5%, mientras que en el nivel
superior desciende hasta 29.5% (SEP, 2018). Así pues, el problema el
estrechamiento del embudo en los últimos niveles del trayecto educativo no sólo
se debe a que los alumnos, por cuestiones económicas, decidan no asistir o
abandonar la escuela. También se debe al enfrentamiento de rezagos académicos
que hacen imposible su avance escolar y a que, simplemente, no hay escuelas
donde puedan estudiar.
El embudo al que se asemeja el
trayecto educativo pareciera tener un filtro integrado que únicamente deja
pasar a aquellos alumnos con condiciones económicas, sociales y biológicas
favorables. No es casualidad que las personas indígenas, con discapacidad o con
ingresos inferiores respecto a la línea de bienestar posean una tasa de
asistencia escolar menor a la del promedio de la población (INEE, 2019, p.
111), situación que se mantiene de principio a fin del trayecto que comprende
desde la educación preescolar hasta la superior. De este modo, pudiera decirse
que quienes van siendo desplazados de manera constante de la carrera educativa
son sobre todo quienes pertenecen a grupos de población vulnerables, como los
mencionados.
La resolución del problema
evidentemente debe ser multifactorial: no sólo las becas, sino la ampliación de
la oferta educativa (sobre todo de los niveles medio superior y superior), el
apoyo a grupos vulnerables y la atención a los alumnos en situación de rezago
escolar deberán atenderse si es que se quiere optimizar el trayecto educativo
de los millones de alumnos que atiende el sistema educativo mexicano. Desafortunadamente,
el problema al que hace alusión este escrito pocos reflectores recibe. Nos
alarmamos porque, a niveles educativos altos, los alumnos tienen carencias de
aprendizaje básicas, pero no nos escandalizamos de que buena parte de ellos ni
siquiera asiste a la escuela. Soñamos con resultados de aprendizaje como los de
países líderes en materia educativa, pero olvidamos que no podemos siguiera
garantizar el acceso al derecho educativo. En otras palabras: soñamos con
correr cuando aún no aprendemos a caminar.
*Rogelio Javier Alonso Ruiz. Docente
colimense de Educación Primaria (Esc. Prim. Adolfo López Mateos T.M.) y de
Educación Superior (Instituto Superior de Educación Normal del Estado de
Colima). Licenciado en Educación Primaria y Maestro en Pedagogía.
Twitter:
@proferoger85
REFERENCIAS
INEE. Panorama educativo de México 2018. Indicadores del Sistema Educativo
Nacional. Educación Básica y Media Superior. México: autor, 2019.
SEP. Principales cifras del Sistema Educativo Nacional 2017-2018. México: autor, 2018.
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