Rogelio
Javier Alonso Ruiz*
La pandemia que ha provocado el
coronavirus tomó por sorpresa a los sistemas educativos del mundo. El mexicano
no ha sido la excepción. Ante el cierre de escuelas como medida de prevención
de contagio del patógeno y dado que aún no se ha difundido una estrategia
oficial para continuar con el trabajo académico, se ha generado cierta incertidumbre
entre docentes y alumnos. Las posturas han sido diversas: desde profesores que
desde su iniciativa particular han generado ofertas atractivas para trabajar a
distancia con sus alumnos, hasta quienes tachan a las autoridades educativas de
insensibles al solicitar evidencias del trabajo, dadas las condiciones sociales
y económicas de sus alumnos.
Ante el cierre de planteles, la
educación a distancia ha emergido como la alternativa para tratar de salvar, en
la medida de lo posible, el desarrollo escolar del estudiantado. A pocos días
de que sea presentada la estrategia nacional de educación a distancia (ya
circulan en internet los documentos correspondientes), es necesario revisar con
detenimiento las condiciones de acceso a las tecnologías de la información y la
comunicación de la población mexicana. Buena parte del éxito de la estrategia
se sentará en el aprovechamiento de los medios de comunicación al alcance de
los mexicanos. En este sentido, el panorama presentado por el Instituto
Nacional de Estadística y Geografía (2019), da cuenta de dificultades importantes.
Por lo que se ha visto en las primeras
semanas de confinamiento el internet se ha posicionado como el medio para
establecer contacto con los alumnos. Si bien la conectividad a internet ofrece
muchas ventajas para el trabajo académico por las amplísimas posibilidades de
acceder a información o establecer mecanismos de comunicación entre docentes y
estudiantes, debe considerarse que no es cercana su universalización entre los
mexicanos: 65.8% de la población mayor a seis años se declara usuaria de este
servicio. Además, hay una brecha considerable entre las zonas urbanas y rurales
del país: mientras en las primeras el 73% usa internet, en las segundas apenas
el 40.6%.
Debe señalarse también que sólo la mitad
de los hogares mexicanos (52%) cuenta con conexión a internet. Las
desigualdades en cuanto a la disponibilidad de este recurso son considerables:
mientras entidades como Ciudad de México, Nuevo León o Sonora sobrepasan el
70%, otros estados como Oaxaca y Chiapas tienen niveles inferiores al 30%. Además
de la conexión fija en los hogares, otra de las vías de acceso a internet es a
través de la telefonía celular mediante conexiones de datos o móvil. Si bien
este servicio se ha extendido aceleradamente en los últimos años, las brechas
entre los Estados del país con respecto a su uso son significativas: mientras
en el primer grupo de entidades señaladas anteriormente los niveles son superiores
al 80%, en el segundo es inferior al 60%. Aunado a los datos anteriores, debe
decirse también que sólo el 44% de los hogares mexicanos cuentan con
computadora.
Es evidente pues que, en sus
condiciones actuales, el uso de internet como medio educativo implicaría un
riesgo significativo de perpetuar las desigualdades en nuestro país: como
sucede con las escuelas físicas, las regiones de pobreza se encontrarían en
desventaja con respecto a las de zonas de mayor prosperidad o, dicho de otra
forma, se estarían brindando las peores oportunidades educativas a quienes más
requieren de sus efectos transformadores. Sin el afán de sugerir que sea una medida
posible para nuestro país, resulta muy ilustrativo el hecho de que, en la
ciudad de Nueva York, la alcaldía haya determinado dotar de computadoras y
tabletas a aquellos estudiantes que carecían de ellas para poder efectuar el
trabajo a distancia: el riesgo latente de dejar atrás a la población en pobreza
no ha pasado desapercibido de las autoridades de aquel lugar.
Países como Italia, ante el cierre de
escuelas por la presencia de coronavirus, ya han decidido otorgar la aprobación
a sus estudiantes. Si en México se considerará continuar con el trabajo escolar
a distancia, es importante generar una estrategia que sea realista y pertinente,
tarea por demás compleja debido al volumen de la matrícula de nuestro sistema
educativo y su heterogeneidad. Dadas las condiciones sociales y de acceso a la
tecnología, parece inevitable que la educación a distancia no logre llegar a un
sector importante de la población mexicana: desafortunadamente, para muchos
alumnos la escuela física es el único medio para aprender. No por lo anterior deben
desestimarse los esfuerzos por ofertar una enseñanza remota, pero quienes
diseñen la estrategia deberán cuidar no contribuir a hacer más grandes las
diferencias entre los alumnos mexicanos, considerando no sólo el acceso a la
tecnología, sino también el capital cultural de las familias. Ojalá, por el
bien de los más necesitados, la educación a distancia no se convierta en una de
las caras más lamentables de nuestro sistema educativo: su tendencia hacia la
inequidad.
*Rogelio Javier Alonso Ruiz. Profesor
colimense. Director de educación primaria (Esc. Prim. Adolfo López Mateos T.M.)
y docente de educación superior (Instituto Superior de Educación Normal del
Estado de Colima). Licenciado en Educación Primaria y Maestro en
Pedagogía.
Twitter:
@proferoger85
Facebook: El Profe Rogelio
REFERENCIAS
INEGI (2029). Estadísticas a propósito del Día Mundial del Internet (17 de mayo).
Datos nacionales. Disponible en: https://www.inegi.org.mx/contenidos/saladeprensa/aproposito/2019/internet2019_Nal.pdf
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