Rogelio Javier Alonso Ruiz*
Para 1914, parecería inesperado que
aquel abogado fraudulento, que tuvo que salir huyendo temeroso de pagar con su
vida las trampas de otros tiempos, terminaría convirtiéndose en el “Apóstol de
la educación”: se le consideraría como una de las figuras educativas más
relevantes, veneradas hasta por Enrique Krauze, a quienes muchos consideran
ideólogo de los últimos gobiernos y ha puesto a Vasconcelos como uno de los
referentes para medir el desempeño de la próxima secretaria de Educación. ¿Incurrió
entonces “El Agachado” en una falacia? ¿Sus críticas hacia el personaje al cual
quería quitar la vida nada tenían que ver con su desempeño en la función
pública? En lógica, existe un tipo de razonamiento que se conoce como falacia
de composición: transferir las propiedades de los elementos de un conjunto a un
todo. Así pues, el general villista fincaba sus augurios en un episodio
específico de la vida del secretario de Educación.
Aún sin haber tomado posesión del
cargo, la llegada de Delfina Gómez a la Secretaría de Educación Pública (SEP)
ha desatado, como era de esperarse, una serie de opiniones favorables y
desfavorables. Muchas de éstas pueden ser incluso catalogadas como falacias, al
notarse que no existe una relación sólida entre las premisas y las conclusiones
a las que se llegan. Se predicen los mejores o peores escenarios, en algunos
casos como si se tuviera una bola de cristal, sin cuidar el sostén de tales
augurios.
Uno de los argumentos más frecuentes
es suponer que, por ser maestra, Delfina Gómez será una buena secretaria de
Educación. Desafortunadamente, no necesariamente tiene que ser así. Es
necesario dimensionar objetivamente la importancia del perfil de la nueva
secretaria de Educación: haber ejercido la docencia es, hasta el momento, sólo
una esperanza para que una perspectiva más realista y proveniente del interior
de las aulas –y no sólo de las oficinas de gobierno– sea incorporada a las
políticas educativas del país. Si la nueva secretaria tiene la capacidad para
generar acciones acordes a sus orígenes sociales, académicos y laborales, su
paso por el cargo debería suponer una experiencia favorable. Desde luego el
pasado en la docencia es un componente atractivo, pero no se puede por eso
soslayar otras capacidades de naturaleza política o administrativa igualmente
importantes para un cargo de ese tipo. Hasta ahí, pues, por el momento, las
razones del entusiasmo: una mera posibilidad que los mismos hechos futuros se
encargarán de confirmar o descartar.
Muy cercano al razonamiento anterior
surge una falacia que consiste en suponer que, también por tener a una maestra
en el cargo, se vienen los mejores tiempos educativos. ¿Es acaso tan fácil
resolver el problema educativo como poner a una maestra de secretaria? ¿Por qué
no se nos había ocurrido antes? Debe añadirse con respecto a esta idea que el
mejoramiento del complejo panorama educativo no puede fincarse en una sola
persona, por más importante que sea el cargo que ocupa ésta. Se olvida en todo
caso el hecho de que en el éxito educativo confluye el éxito de otras áreas de
la vida pública. Aunque se tenga la mayor de las voluntades, ¿de qué sirve cuando
otros actores, como el presidente de la República o los legisladores, proponen
y aprueban, respectivamente, presupuestos que limitan la capacidad de acción en
el campo educativo? ¿Podemos aspirar a mejores resultados educativos cuando
prevalece el hambre, la pobreza y la desigualdad, generadas mayormente fuera
del ámbito educativo? Es pues un error suponer la omnipotencia de una maestra
secretaria de Educación.
Se ha dicho también que, por haber
ejercido previamente un cargo de confianza por parte del presidente de la
República o incluso por haber recibido su apoyo cuando fue candidata a
gobernadora, la nueva secretaria se someterá ciegamente a los deseos de su
jefe. Incluso, peyorativamente, hace algunos años el expresidente Felipe
Calderón se burlaba del nombre de la maestra sugiriendo, en alusión a un
delfín, un supuesto adiestramiento por parte del hoy presidente de México. Cabe
matizar aquí: ¿no es hasta lógico que el jefe de un aparato de gobierno busque
un mínimo de lealtad entre los funcionarios que designa? ¿Existe algún
secretario de Estado que actúe con absoluta independencia del jefe del
ejecutivo? Desde luego que Delfina Gómez responderá a los intereses del régimen
que integra, tal como sus antecesores lo han hecho. Si será un títere o tendrá
el valor para defender su perspectiva, está por verse.
Otro razonamiento que se ha mencionado
es que, por las filiaciones políticas de la próxima secretaria, la gobernanza
del sistema educativo estará en riesgo: se entregarán las riendas de la
educación a corrientes sindicales perversas. No necesariamente el perfil
político de la maestra asegura lo anterior. Desde luego es preocupante el guiño
que Delfina Gómez, en las elecciones para gobernadora en que participó, recibió
por parte de personajes ligados a un sindicalismo charro (la versión anterior
al que actualmente ostenta el poder) que busca recobrar fuerza y ya hasta un
partido político ha formado. Decía uno de estos personajes que el apoyo era “a
cambio de nada”: ¿es esto posible en política? Sin embargo, habría que mirar el
pasado y darse cuenta que incluso sin haber recibido muestras explícitas de
afecto de los líderes magisteriales, sin ser militantes de corrientes
sindicales, otros funcionarios le entregaron buena parte del control del
sistema educativo al sindicato, en una simbiosis de acuerdo mutuo. ¿No fue, en
el sexenio de Calderón, cuando se extralimitó el poder al SNTE que hasta se le
entregó la Lotería Nacional a la lideresa magisterial?
Una última falacia, más ruin y
despreciable, consiste en asegurar el fracaso de Delfina Gómez en su nueva
tarea, dados sus orígenes sociales, académicos y laborales. No es necesario
decir mucho para dar cuenta de la debilidad de este argumento: demuestra no
sólo la escasa inteligencia de quienes lo vierten, sino también su clasismo. Algunos
demeritan la importancia de una escuela formadora de docentes para enaltecer
instituciones educativas de renombre internacional, cuando ya la Historia nos
enseñó, en la Revolución, cómo generales militares sin formación, algunos
semianalfabetas, hicieron pedazos a los militares de carrera, instruidos en las
más prestigiosas escuelas europeas: la lucidez no se adquiere sólo a través de
costosas colegiaturas en dólares. Algunos
otros, tácitamente, intentan negar que los alcances de la hija de un albañil
puedan compararse con los de los miembros de la aristocracia: guardando las
debidas proporciones, ¿qué pensaría de esto aquel indígena zapoteca que llegó a
ser presidente?
Como se observa, el polarizado clima
de la vida política del país ha hecho incurrir en juicios que deliberada,
forzosa y artificialmente, apuntan hacia escenarios positivos o negativos. Ya
no hay matices ni puntos medios. La mesura se ha perdido, pasando a echar las
campanas al vuelo a la menor provocación, o a alertar de las peores
catástrofes, haciendo muchas veces una tormenta en un vaso de agua. Ninguna de
las dos posiciones contribuye a un debate pertinente. Por el momento, aunque
parecería una obviedad tener que mencionarlo, no hay elementos para calificar a
una secretaria de Educación que ni siquiera ha tomado el cargo. Habrá que ser
críticos con su desempeño, alejados de filiaciones o antipatías que impidan ver
con nitidez el fenómeno educativo. Hasta hoy, el anuncio de la nueva secretaria
de Educación únicamente puede generar esperanzas, preocupaciones y conjeturas
que sólo el tiempo se encargará de validar. Ojalá, por el bien de México, sea
una excelente secretaria de Educación.
*Rogelio
Javier Alonso Ruiz. Profesor colimense. Director de educación primaria (Esc.
Prim. Adolfo López Mateos T.M.) y docente de educación superior (Instituto
Superior de Educación Normal del Estado de Colima). Licenciado en Educación
Primaria y Maestro en Pedagogía.
Twitter: @proferoger85
REFERENCIAS
GILLY, ADOLFO (1994). La revolución interrumpida. México: Era.
El mejor momento para ser mesurados. Gran texto
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