Terapia intensiva en la escuela: la recuperación de los aprendizajes.

 Rogelio Javier Alonso Ruiz*


La desigualdad en el logro de aprendizajes habrá de aumentar a consecuencia de la emergencia sanitaria. Al respecto, la UNICEF (2020) alerta que “en una región [América Latina] donde antes de la pandemia muchos estudiantes no alcanzaban los niveles básicos de competencias en primaria y secundaria, el impacto de las interrupciones escolares en los aprendizajes corre el riesgo de ser severo y duradero” (pp. 8-9). Así, seguramente las escuelas recibirán a estudiantes cuyos niveles de aprendizaje, debido a la pandemia, amenazan su propia trayectoria educativa.  

¿Qué pasará con aquellos niños que, cuando las escuelas cerraron, dejaron inconclusa su alfabetización inicial en primer grado de primaria y así llegan al tercero? ¿Cómo será la transición de los que pasan a secundaria o bachillerato y en buena parte de sus dos últimos ciclos escolares prácticamente estuvieron desconectados? ¿Con qué niveles de aprendizaje vendrá el alumno con el cual, durante más de un año, ni siquiera se pudo establecer comunicación? Preguntas como las anteriores dejan ver el reto histórico al que las escuelas se enfrentarán una vez que reanuden las actividades presenciales: así como en las salas de terapia intensiva de los hospitales, deberán monitorear y asegurar los “signos vitales” académicos de sus estudiantes, mediante procedimientos especiales.

Las escuelas deben “asegurar que todos los niños, niñas y adolescentes reanuden su aprendizaje en el nivel adecuado mediante la evaluación de las necesidades educativas” (UNICEF, 2020, p. 31). La evaluación diagnóstica, siempre trascendente en la labor pedagógica, será especialmente importante para detectar los efectos de la pandemia sobre los aprendizajes de los alumnos y, en consecuencia, ajustar las acciones pertinentes. Instrumentos estructurados conforme a los contenidos curriculares y provistos por las autoridades educativas, tales como la extinta prueba PLANEA (Plan Nacional de Evaluación del Aprendizaje), podrían ofrecer informes detallados sobre la situación de cada alumno, grupo y escuela en función de los logros curriculares.

Desde luego sería un error reducir la evaluación diagnóstica a la aplicación de una prueba puntual como la mencionada, pues ésta debería complementar otras acciones del docente, como la observación sistemática del alumnado, las entrevistas a los estudiantes o el planteamiento de tareas individuales o colectivas que impliquen los objetos de evaluación pertinentes. Es pues el diagnóstico fundamental para calibrar las acciones remediales a emprender.

Una primera medida para enfrentar el rezago en los aprendizajes es la simplificación curricular. Uruguay, uno de los primeros países en reabrir los centros educativos, ha enfatizado en “promover metas por tramos y lógica de ciclos, trascendiendo los grados y materias” (Alarcón y Méndez, 2020, p. 7). Asimismo, en diversos países “se han aplicado distintos planes de estudio condensados con el propósito de que los estudiantes puedan ponerse al día” (UNESCO, 2020, p. 4). Será pues una necesidad la adaptación curricular: abarcar poco, pero apretar mucho. Los aprendizajes generales por grado o ciclo que se enuncian en el programa de estudios deberán servir de guía para evitar perderse en el mar de contenidos que establece el currículo. Los Consejos Técnicos Escolares serán fundamentales para cumplir con esta tarea.

La reparación de los niveles de aprendizaje, sobre todo en los contextos más vulnerables, pudiera ser una tarea complicada para un solo maestro, dada la necesidad de ofrecer atención individualizada. Este propósito debería suponer entonces el alistamiento de personal adicional en las escuelas. En Reino Unido, por ejemplo, se ha efectuado un programa “para reincorporar [voluntariamente] a los docentes retirados y fuera de actividad a las clases en apoyo de los estudiantes vulnerables. Los estudiantes de posgrado también pueden participar en un llamado para dar apoyo a estudiantes desfavorecidos beneficiarios del programa” (Banco Mundial, 2021, p. 64). ¿Será posible alguna medida similar en México?

Sin afán de adoptar de manera acrítica iniciativas de otras regiones, en nuestro país se pudiera considerar la participación, guiada por directores y docentes, de estudiantes normalistas y de carreras relativas a la docencia en el cumplimiento de su servicio social, así como jóvenes becarios, en programas remediales para alumnos desfavorecidos. La atención específica de cada caso podría ser la clave para mitigar los efectos nocivos de la pandemia en el aprendizaje. 

Recuperar los aprendizajes debería suponer también el otorgamiento de tiempo adicional de enseñanza para aquellos alumnos que así lo requieran. La asistencia alternada a los planteles escolares debería dar espacio a que se realicen actividades de tutoría o de reforzamiento con los estudiantes desaventajados, quizá al menos una vez a la semana. El receso escolar entre ciclos podría ser aprovechado para actividades adicionales para los alumnos con mayor rezago académico.   

No obstante la importancia de las medidas explicadas anteriormente, la recuperación de los aprendizajes exige una condición mínima: la asistencia escolar. Probablemente muchos de los más afectados por la pandemia, en términos académicos, no estén siquiera presentes en las escuelas cuando éstas reabran sus puertas. Es necesario entonces retener y reintegrar a los alumnos en situación vulnerable. Incentivar la asistencia escolar, sobre todo en los contextos más desfavorecidos, tendría que ser una prioridad al momento de retomar la educación presencial: los servicios de alimentación y los apoyos económicos a las familias podrían suponer un gancho efectivo para que los estudiantes más afectados permanezcan en las aulas.  

En suma, la escuela debería estar preparada para recibir a esos estudiantes que, al igual que los pacientes con situaciones de riesgo mortal, presentan niveles de aprendizaje tan bajos que amenazan con afectar fatalmente su derecho educativo. Así como los hospitales, debería tener lista una robusta estrategia remedial que haga las veces de una sala de cuidados intensivos: seguramente no serán raros los casos de "pacientes críticos” (hablando en términos de aprendizaje) que lleguen a las escuelas. Contrario a lo que las estadísticas de acceso y trayectoria demuestran, el sistema educativo tendrá que pensar especialmente en los alumnos más vulnerables, aquellos que están sufriendo en mayor medida la falta de aprendizaje durante la pandemia.

*Rogelio Javier Alonso Ruiz. Profesor colimense. Director de educación primaria (Esc. Prim. Adolfo López Mateos T.M.) y docente de educación superior (Instituto Superior de Educación Normal del Estado de Colima). Licenciado en Educación Primaria y Maestro en Pedagogía. 

Twitter: @proferoger85

 

REFERENCIAS

Alarcón, A. y Méndez, G. (2020). Seguimiento del retorno a las clases presenciales en centros educativos en Uruguay. Montevideo: UNICEF.

Banco Mundial. (2021). Actuemos ya para proteger el capital humano de nuestros niños. Los costos y la respuesta ante el impacto de la pandemia de COVID-19 en el sector educativo de América Latina y el Caribe. Washington: autor.

UNESCO. (2020). Suplemento del marco para la reapertura de las escuelas: nuevas enseñanzas extraídas de las experiencias nacionales de gestión del proceso de reapertura de las escuelas. Disponible en: https://www.unicef.org/media/83771/file/Ensenanzas-extraidas-de-las-experiencias-nacionales-de-reapertura-escuelas-2020.pdf

UNICEF. (2020). Educación en pausa: una generación de niños y niñas en América Latina y el Caribe están perdiendo la escolarización debido al COVID-19. Panamá: autor.   

Comentarios

  1. Gracias Profesor. Me preocupan los aspectos socioafectivos de estudiantes y docentes. Otra pandemia silenciosa que nos desafía considerarla con mucho cuidado en la gestión, ya que condicionará los procesos que se emprendan.
    Saludos y muy buen año.

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