Rogelio Javier Alonso Ruiz*
La fecha por fin llegó: el 4 de octubre de 2021, la escuela primaria Adolfo López Mateos T.M., ubicada en el centro del municipio de Colima, Colima, regresó a actividades presenciales. A simple vista, se trata únicamente de la apertura de los portones del plantel escolar, tras año y medio de estar cerrados, sin embargo, detrás de este suceso tan sencillo, existen una serie de consideraciones importantes que vale la pena reflexionar.
La decisión de abrir la escuela no fue
sencilla. Contrario a los deseos de la autoridad educativa local (que públicamente
daba libertad de decisión a los planteles, pero en privado presionaba y hasta
chantajeaba a los directivos para hacerlos coincidir con su voluntad), la
reapertura se dio un mes después del inicio de clases. Así se lo determinó, de
manera democrática, el Consejo Técnico Escolar, tras considerar, sobre todo,
que al inicio del ciclo escolar la entidad tenía sus niveles más altos de
contagio desde que inició la pandemia y que era escasa la intención de los
padres de familia (constatada a través de encuesta) de enviar a sus hijos a la
escuela. Un mes después, los dos factores anteriores se modificaron
favorablemente, por lo que se decidió emprender la vuelta presencial.
Pese a encontrarse en una situación laboral
en la que ni su salario ni sus servicios médicos están asegurados, los maestros
se sumaron al regreso a clases presenciales. Dieron una cachetada con guante
blanco a aquellos que, desde una cómoda oficina, los acusaron de querer
perpetuar una modalidad de trabajo que, supuestamente, hizo “más flojos a los
flojos y un poquito a los que no lo eran”. Previo al regreso hubo dudas, temores y hasta momentos
de flaqueza, motivados principalmente por el gris panorama laboral, pero
finalmente, como siempre, los docentes estuvieron puntuales en la cita, a la
altura del reto.
Es importante también destacar el
papel de los padres de familia en el regreso a clases presenciales. Se
enfrentaron al dilema entre la gratuidad y la omisión de obligaciones oficiales para con
el plantel. Muchos de ellos realizaron aportaciones económicas voluntarias con
las que la escuela pudo costear materiales de limpieza, reparaciones de baños y
sustitución de lámparas. De manera general, demostraron corresponsabilidad el
día del regreso a clases presenciales: cumpliendo el protocolo sanitario, participando
en el filtro escolar y enviando a sus hijos con los materiales de cuidado
necesarios.
Mención especial merecen los alumnos. No
sólo llenaron de alegría nuevamente al edificio escolar, sino que su
comportamiento fue ejemplar. ¿Qué tan difícil debe ser para un niño
reencontrarse con sus amigos tras más de un año alejados y tener que tomar
recreos sentados en un área específica, sin correr ni gritar por toda la
escuela? ¡Y lo hicieron!
La jornada presencial inaugural
transcurrió en orden. El tablero de horarios se convirtió en un complejo
tablero de ajedrez. Los momentos escalonados de ingreso, recreo y salida de la
escuela se efectuaron prácticamente con cronómetro en mano: parecía la
ejecución de un ejercicio de nado sincronizado. Los materiales de limpieza estuvieron
listos, desde el inicio de la jornada, para cada aula. Las medidas acordadas
para el distanciamiento social y el uso de cubrebocas fueron cumplidas.
Personal docente, administrativo y de intendencia fueron fundamentales para
generar las condiciones establecidas en el protocolo sanitario escolar. Los asuntos de organización no fueron pues impedimento
para que las tareas más importantes, las pedagógicas, se efectuaran con
normalidad, si bien algunos detalles menores del funcionamiento escolar deberán
ser afinados paulatinamente.
Como se observa, hubo una ausencia
importante en el regreso a clases presenciales: la autoridad educativa. No es
que se esperara que estuviera presente haciendo el trabajo que corresponde a
docentes y directivos, pero su papel debió ir más allá de la presión para el
cumplimiento de una fecha y la entrega muy tardía de un limitado
paquete de productos de limpieza. No hubo siquiera respuesta a los oficios que
se le entregaron en alusión a las reparaciones mayores y al mantenimiento
requeridos por el plantel. La dirigencia sindical también fue omisa en torno a
las condiciones laborales (tanto físicas como salariales) de sus agremiados. Fue
pues, la autoridad, sindical y oficial, una observadora pasiva, desde muy lejos,
del regreso a clases presenciales.
La reapertura del plantel no
constituye un triunfo definitivo, pues hay muchos retos más que enfrentar. Sin
duda el más importante es el pedagógico: reparar los considerables daños que,
en términos de aprendizaje, la pandemia ha dejado en los alumnos. Existen
muchos desafíos también en términos de infraestructura y mantenimiento, que
poco a poco se irán resolviendo.
Para finalizar, debe mencionarse lo
más significativo de la jornada inicial presencial: ningún niño lloró al
ingresar a la escuela. Aunque parecería irrelevante, indudablemente hay algo
detrás de este hecho tan extraño en un primer día de clases, en el que es común
observar a pequeños con lágrimas en los ojos, aferrados a la pierna de su
madre, implorando por no ser remitidos a la escuela. En esta ocasión no fue así.
Lo anterior no es producto de la casualidad: es muy probable que el deseo
reprimido durante más de un año por estrechar vínculos afectivos con sus amigos
y maestros, por verse a los ojos, haya sido más grande que cualquier temor e,
incluso, que la terrible sensación de alejarse de sus padres, aunque sea unas
cuantas horas. Ese fue, sin duda, el asunto estelar de la jornada: la alegría
por encontrarse o reencontrarse con aquellos a los que sólo se veía por la fría
pantalla, el recordatorio de que a la escuela no sólo vamos a aprender tablas y
reglas gramaticales, sino a estar juntos.
*Rogelio
Javier Alonso Ruiz. Profesor colimense. Director de educación primaria (Esc.
Prim. Adolfo López Mateos T.M.) y docente de educación superior (Instituto
Superior de Educación Normal del Estado de Colima). Licenciado en Educación
Primaria y Maestro en Pedagogía.
Twitter:
@proferoger85
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