Rogelio Javier Alonso Ruiz*
En la gráfica, la línea ha comenzado un marcado y repentino ascenso, al grado de, prácticamente, trazar un ángulo recto. Es la cuarta ola de contagios de COVID-19 en México: la aceleración de casos apenas comienza y no se alcanza a vislumbrar aún el pico. Ante esto, más de una decena de entidades del país han decidido postergar el regreso presencial a la escuela, después de las vacaciones invernales, como medida preventiva para evitar la transmisión del virus. En esos estados, las clases virtuales durarán entre una y dos semanas, cuando menos.
En diversas partes del mundo ha
reiniciado el debate sobre las condiciones para la educación presencial. No
obstante que, en términos generales, los gobiernos europeos han ratificado el
regreso a la escuela después de las vacaciones decembrinas, tal decisión no
goza de aceptación total. En Inglaterra, el ministro de educación ha declarado
a los directivos escolares que, en caso de dificultades operativas derivadas de
la ausencia de personal ante los crecientes contagios, podrían optar por la
enseñanza en línea. En Francia se han reportado varias decenas de miles de
estudiantes contagiados y aislados. En ese mismo país, un sindicato de docentes
llamó a huelga ante las que considera condiciones inadecuadas en los centros
escolares para enfrentar la pandemia. Por
otra parte, en Estados Unidos algunos gobiernos locales han retrasado la
reapertura de las escuelas. Parece pues que comienza a ser cuestionada la idea
de tener la escuela siempre abierta.
En México, a estas alturas del debate
educativo, quedan pocas dudas de que el logro académico en lo virtual, en
muchos casos, fue un ilusionismo. Asimismo, de manera general se coincide en que
la educación a distancia puso en una situación adversa a quienes de por sí ya
se encontraban en ella. Las repercusiones en la salud mental de los estudiantes
no se pueden soslayar. A nadie le quedó dudas de los beneficios de la escuela
presencial, pero eso no es suficiente para pensar en una apertura a costa de lo
que sea, ni siquiera por la simple razón de etiquetar a la educativa como una
actividad esencial o por la vacunación de los docentes.
¿Cómo será el cierre escolar en las
entidades que ya han optado por el mismo? La larga experiencia vivida desde
inicios de 2020 hasta mediados de 2021 debería replantear las formas de suspensión generalizada de las clases presenciales. Primeramente, considerar
el tipo de cierre y su prolongación: donde las condiciones lo permitan, pudiera
optarse por cierres parciales o una asistencia muy limitada, pero permitiendo
el acceso especialmente de los más vulnerables. El tipo de cierre debería ser
diferenciado según las características del entorno de cada escuela: las medidas
para una escuela urbana con varios cientos de estudiantes quizá no sean
pertinentes para una rural con escaso alumnado. Los cierres totales podrían ser
contemplados como medidas en situaciones extremas.
Sobre el trabajo educativo a
distancia, no se deben ignorar las lecciones que nos intentó enseñar la
experiencia anterior. Tener al niño seis horas pegado a una pantalla (sobre todo
de quienes tiene las posibilidades tecnológicas para hacerlo) no conduce
necesariamente al aprendizaje, ni pasar varias horas en el comedor atiborrado
de tareas escolares. No se debe ignorar la exclusión generada por el uso de la
tecnología para las actividades escolares. Países europeos optaron por encomendar
tareas sencillas, enfocadas en aspectos elementales de la lengua o el
razonamiento matemático. El hogar ofrece oportunidades para aprendizajes
relativos a la convivencia y los valores, pero es necesario superar la obsesión
por consumir los contenidos educativos formales y tener presente una de las
enseñanzas más claras del trabajo remoto anterior: la casa no es la escuela.
En México, las orientaciones para la
reapertura de planteles educativos, emitidas por la autoridad educativa federal
en un documento publicado en agosto del año pasado, presenta vacíos que, más
que posibilidades para adecuar las estrategias a entornos específicos, dejan
dudas sobre las pautas básicas de actuación. Por ejemplo, en lo relativo a casos
sospechosos o confirmados de COVID-19 en la escuela, se describen acciones muy
generales en apenas un párrafo: algo inaceptable ante una variante del virus
que precisamente destaca por su alta contagiosidad. En otras regiones del
mundo, mantener abiertas a las escuelas ha generado un debate que pasa por
asuntos como la realización de pruebas (desde específicas sobre casos
sospechosos hasta masivas), así como estrategias para encarar la inminente
ausencia de personal en las escuelas y brindar equipamientos adicionales.
Definitivamente la escuela tiene que aprender a convivir con el virus, sin que esto signifique el descarte de medidas preventivas, como cierres parciales, al menos en los periodos más agudos de contagio en el contexto escolar. No se debe desdeñar las evidencias de estudios formales sobre los contagios en la escuela, pero tampoco desoír a quienes hablan desde las aulas mismas. Es urgente que las autoridades educativas, tanto federal como locales, revisen y fortalezcan las medidas adoptadas a inicio del curso, ante un virus que ha cambiado su rostro con el paso del tiempo. Se debe buscar un equilibrio entre quienes anteponen la conveniencia de mantener abierta la escuela y quienes advierten sobre riesgos específicos: ambas posturas tienen algo de razón y es necesario hacer concesiones para complementarse mutuamente.
*Rogelio
Javier Alonso Ruiz. Profesor colimense. Director de educación primaria (Esc.
Prim. Adolfo López Mateos T.M.) y docente de educación superior (Instituto
Superior de Educación Normal del Estado de Colima). Licenciado en Educación
Primaria y Maestro en Pedagogía.
Twitter:
@proferoger85
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