Rogelio Javier Alonso Ruiz*
Quienes redactaron la fundamentación de la propuesta de marco curricular advierten en el documento sobre la nocividad y lo inadecuado de las pruebas estandarizadas. Señalan, por ejemplo, las imprecisiones en la medición del rendimiento académico a través de estos instrumentos (DGDC, 2022, p. 20), haciendo “creer que el aprendizaje se reduce al desempeño en una prueba” (DGDC, 2022, p. 8). Se dice también que estas prácticas individualizan el éxito y el fracaso escolar. Incluso, se les acusa de ser mecanismos de clasificación “con base en el estándar del niño mestizo de clase media de la Ciudad de México” (DGDC, 2022, p. 25).
A pesar de lo mencionado
anteriormente, la Olimpiada del Conocimiento Infantil (OCI), como desde hace
décadas, está próxima a llevarse a cabo en las escuelas primarias del país. Este
concurso pretende, a través de resultados en un examen estandarizado, reconocer
a los estudiantes de sexto grado con mayor aprovechamiento académico en cada
entidad. Los ganadores se hacen acreedores a obsequios por parte de autoridades
locales, mientras que en evento público reciben la felicitación del presidente
de la República y, por si fuera poco, un banco otorga becas a los 1,000 alumnos
con los mejores puntajes para que continúen con sus estudios en el siguiente
nivel educativo.
Además de los efectos nocivos ya
mencionados de las pruebas estandarizadas, vale la pena preguntarse si éste es
el mejor momento para aplicar una evaluación-competencia de conocimientos en
una escuela que, tras (?) la pandemia, ha visto la agudización de problemas de
por sí graves como el abandono y el rezago en el aprendizaje. No resulta
descabellado, en estos tiempos, pensar en docentes de quinto y sexto grados de
primaria tratando de consolidar la alfabetización inicial. ¿Tiene sentido
organizar un concurso bajo estas condiciones? Si quizá siempre lo fue, ¿no es
aún más injusta la competencia en estos momentos? ¿No es más predecible que
nunca qué escuelas y alumnos obtendrán los mejores puntajes?
La aplicación de la prueba de OCI
tampoco se sostiene por ser un referente para la toma de decisiones: los
antecedentes indican que los resultados proporcionados a los planteles no van
más allá de la cantidad de aciertos que tuvo cada alumno en una asignatura. El
mismo nombre del concurso da a entender la orientación que se le da a la
evaluación: competencia, clasificación, selección, etc. Precisamente, los rasgos
menos deseables de esta práctica. ¿Será lo mismo en esta ocasión? ¿Servirá sólo
para dar acceso al pódium? ¿No había, pues, una Nueva Escuela Mexicana que
anteponía el éxito comunitario sobre el individual y que condenaba a las
pruebas de este tipo? ¿O se trata sólo de un bonito discurso?
Durante la pandemia, como consta en
boletines oficiales, la autoridad educativa afirmó que la gran mayoría de los
alumnos aprendían a través de los programas de televisión. Meses después, en el
calendario escolar y en sintonía con su optimismo embriagante, marcó en el
calendario escolar un periodo extraordinario de recuperación de tres meses,
seguramente porque desde las oficinas se calculaba que tal lapso sería
suficiente para curar el descalabro de aprendizajes. Hoy, en consecuencia,
permite llevar a cabo un concurso de conocimientos aun cuando las heridas lacerantes de la
pandemia siguen abiertas. Como si nada hubiera sucedido. Como si la pandemia no
hubiera pasado por las escuelas mexicanas.
*Rogelio
Javier Alonso Ruiz. Profesor colimense. Director de educación primaria (Esc.
Prim. Adolfo López Mateos T.M.) y docente de educación superior (Instituto
Superior de Educación Normal del Estado de Colima). Licenciado en Educación
Primaria y Maestro en Pedagogía.
Twitter:
@proferoger85
REFERENCIAS
DIRECCIÓN GENERAL DE DESARROLLO
CURRICULAR. (2022). Marco curricular y
plan de estudios 2022 de la educación básica mexicana. México: autor.
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