Rogelio Javier Alonso Ruiz*
Existen
evidencias de directores y supervisores que han promovido exitosamente en los
CTE, y en otras instancias, encuentros entre maestros y escuelas para compartir
y reflexionar sobre sus prácticas educativas. Ese tipo de experiencias dejan
claro el gran potencial que los CTE tienen en la mejora de la práctica educativa
a través del aprendizaje conjunto. Sin embargo, pareciera que la proporción de
casos no es significativa.
Los
Lineamientos para la organización y el funcionamiento de los Consejos Técnicos
Escolares de Educación Básica ya les asigna a estos órganos la tarea de
promover “el aprendizaje entre pares y entre escuelas, con el fin de
intercambiar conocimientos y experiencias enfocadas a la mejora del servicio
educativo”. Si bien el secretario tiene
razón en poner el acento en la función formativa, ¿no es ya el Consejo Técnico
una comunidad de aprendizaje? ¿Qué hace necesario pensar en acciones especiales
para el logro de este cometido?
Una respuesta a la última pregunta parece tener relación con las encomiendas
asignadas al CTE. Los lineamientos le otorgan trece funciones, que van desde el
diseño de los programas escolares, la elaboración y seguimiento de instrumentos
de evaluación, la actualización, el intercambio de conocimientos entre
profesores y escuelas, hasta el análisis y solución de los retos educativos. A
estas tareas se añaden otras que no están contempladas en los lineamientos,
como el codiseño. Si los CTE sesionan
una vez al mes, cabe preguntarse si son suficientes tres (preescolar), cuatro
(primaria) o seis (secundaria) horas cada treinta días para cumplir con
efectividad todas las funciones asignadas. ¿No pasa entonces la propuesta del
secretario por revisar y, en su caso, aligerar las encomiendas del órgano
colegiado? El que mucho abarca, poco aprieta.
Un factor de
fondo relacionado con lo planteado anteriormente es la inexistencia de horas no
lectivas (es decir, fuera de clase) en la vida escolar. Las labores que
deberían ser realizadas en ese tiempo (organización, planeación, evaluación,
diseño de materiales, etc.) son absorbidas, en parte, por los Consejos Técnicos
Escolares. Si existieran las horas no
lectivas, el CTE podría descargar sus encomiendas. Ante rumores de extensión de
las jornadas escolares, valdría la pena considerar la inclusión del horario no
lectivo.
Otra
respuesta a la necesidad de transformar los CTE pasa por sus actores y la
marcada tendencia a reproducir los esquemas de trabajo emanados de instancias
superiores. No se debe soslayar el sometimiento, voluntario o forzoso, de
directores y supervisores para seguir casi al pie de la letra documentos
orientadores que no termina por entenderse como meras sugerencias. “¿Qué se
tiene que hacer en esta sesión del CTE?” preguntan algunas autoridades escolares
mientras, para encontrar la respuesta, revisan los materiales diseñados por la autoridad central. Obedecer y
reproducir es más fácil que decidir y crear. ¿Qué tanto puede un CTE aspirar a ser
una comunidad de aprendizaje cuando se limita a reproducir un documento de
trabajo generado desde una lejana oficina ajena a su realidad?
Es pues
insuficiente el cambio de denominación de los CTE. Hace dos ciclos escolares,
los documentos que marcaban las actividades a realizarse en los Consejos
Técnicos pasaron de llamarse “Guías” a “Orientaciones”, con el supuesto afán de
propiciar una mayor autonomía. La realidad es que las orientaciones siguen, en
muchos casos, tomándose como mandatos transmitidos en cascada. Circulan todavía
en internet diapositivas prediseñadas para presentar en los Consejos Técnicos, a
las cuales directivos y supervisores simplemente le agregan el nombre de su
centro de trabajo, como si la sesión fuera la misma (¿o lo es?) en cada rincón
del país. Poco o nulo efecto en las malas prácticas tuvo el cambio de denominación.
¿Qué nos
hace suponer entonces que, con el hecho de llamarlo diferente, el Consejo
Técnico se fortalecerá como una comunidad de aprendizaje? No basta con
intenciones e ideales: ¿Cómo se podrían reconfigurar el CTE y la organización
escolar misma para privilegiar los espacios formativos entre maestros y escuelas?
¿Qué acciones en concreto se efectuarán para evitar las absurdas exigencias
administrativas que obstaculizan no sólo la vida escolar, sino también los CTE?
¿Cómo promover y acompañar, aunque parezca contradictorio, una verdadera
autonomía en ese espacio? ¿Cómo se depurarán las funciones del CTE para blindar
aquellas relacionadas con el aprendizaje profesional?
Tiene razón el secretario de educación al poner el acento en la función formativa del CTE: el potencial de este órgano parece no haber detonado. Sin embargo, tienen razón también aquellos, sobre todo maestros, que observan con escepticismo y hasta pesimismo la propuesta: “más de lo mismo”, dicen muchos. Hay suficientes antecedentes de “cambios” en el ámbito educativo que quedan sólo en una modificación de terminología o en una efímera corazonada, que dejan intactos los factores de fondo de los asuntos atendidos. Está por verse la seriedad y alcance de la propuesta del secretario.
*Rogelio
Javier Alonso Ruiz. Profesor colimense. Director de educación primaria (Esc.
Prim. Adolfo López Mateos T.M.) y docente de educación superior (Instituto Superior
de Educación Normal del Estado de Colima). Licenciado en Educación Primaria y
Maestro en Pedagogía.
Twitter:
@proferoger85
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