Rogelio Javier Alonso Ruiz*
La aprobación generalizada, sin matices, tuvo un doble filo. Por una parte, se aceptó la inconveniencia de asignar calificaciones reprobatorias a alumnos incomunicados o con dificultades para participar en las actividades escolares a distancia durante la pandemia: la reprobación representaba un castigo injusto a sus condiciones socioeconómicas. Este argumento se expresaba incluso desde antes de la emergencia sanitaria. Simultáneamente, la aprobación automática fue mal vista, sobre todo en casos probados donde había posibilidades, pero no voluntad, para participar en las actividades escolares.
La
promoción automática merece una valoración objetiva. En una cultura escolar en
la que la calificación numérica tiene una gran importancia (como sinónimo de
éxito o medio de sanción), es probable que la emisión de notas aprobatorias haya
desalentado, junto con otros factores, el compromiso y la participación de
algunos. Al estar por descontado el “pasar de año” (ligado a la obtención de
una nota aprobatoria), la meta principal en la cultura escolar de muchas
familias, se tuvieron resultados adversos en el involucramiento de algunos.
Sin
embargo, es importante no magnificar los efectos de la promoción automática:
con o sin ella, seguramente el golpe a los aprendizajes durante la pandemia se
hubiera dado con dimensiones similares; las dificultades para la comunicación y
la participación en las actividades escolares a distancia se habrían
presentado; asimismo, el capital cultural de las familias para acompañar en el
hogar las tareas académicas no habría cambiado. La ausencia de cincos en las
boletas palidece ante otros factores, de índole social, económico o emocional,
de mayor repercusión en la vida académica.
El aprobado
automático generó malestar entre cierta parte del magisterio, al percibirse que
se otorgaban calificaciones ficticias, que se atentaba a su juicio profesional
o que quedaban impunes, en términos de acreditación y promoción, muestras
flagrantes de falta de voluntad. Mientras al profesor se le solicitaban planes
de atención y acciones remediales para recuperar los aprendizajes, las normas
de control escolar no exigían siquiera la asistencia a la escuela, ya en la
modalidad presencial, para aprobar.
Por otro
lado, debe decirse que la aprobación automática evitó, en un contexto
extraordinario, la agudización de problemas de por sí graves como la
repetición, la extraedad grave y el abandono, aunque a costa de permitir el
tránsito de los alumnos hacia grados o niveles escolares para los que, por más
acciones remediales previstas, no se contaba con la preparación suficiente. Da
la impresión que la medida respondió más a fines administrativos y estadísticos
que pedagógicos.
Así pues, por
más de dos ciclos escolares, aun cuando la actividad educativa presencial se
había reanudado, la autoridad federal instruyó la aprobación automática de todo
el alumnado de educación básica. La medida se sostuvo hasta el ciclo escolar
2022-2023, en el que recobra su vigencia el Acuerdo 11/03/19 (shorturl.at/him01),
que establece, para la mayoría de grados, una escala de calificaciones del
cinco al diez. Las notas reprobatorias están de regreso.
¿Qué esperar
entonces del regreso del cinco en la boleta de calificaciones? Aunque no se ignora
que existan casos, quizá muchos, donde la desatención de las obligaciones
académicas esté ligada a factores ajenos al ámbito escolar, podría darse un
mayor compromiso entre quienes su endeble motivación por aprender se sostiene
en una calificación numérica. Las inasistencias y el incumplimiento de los
deberes escolares se reflejarán ya no sólo en los niveles de aprendizaje, sino
también, por si lo anterior no importara, en las posibilidades de acreditación
y promoción. Aunque parezca increíble, para algunos esto último podría tener
mayor peso que no saber leer y escribir ya en primaria alta.
No son
pocos los especialistas que advierten sobre los riesgos de la reprobación y
otras condiciones asociadas a ella, como la repetición: desde los efectos
negativos en la autoestima y la motivación del alumnado hasta la amenaza a su
permanencia en la escuela. Sin probar una relación causal directa, los
indicadores educativos nacionales muestran que la reprobación y el abandono van
creciendo de manera constante prácticamente al mismo ritmo, de un nivel
educativo a otro. No es descabellado entonces pensar en una intensificación de
la pérdida de la matrícula escolar.
La
reaparición de la reprobación merece un replanteamiento de las prácticas
escolares. Es necesario repensar no sólo la reprobación, sino la evaluación
misma. Si se considera que la pandemia ha acentuado la heterogeneidad en los
niveles de aprendizaje dentro de un mismo grupo y la proporción de estudiantes
que no cuenta con los conocimientos mínimos para el grado escolar que cursa, parece
conveniente la práctica de una evaluación idiográfica, aquella en la que “el
referente valuador son las capacidades que el alumno posee y sus posibilidades
de desarrollo en función de sus circunstancias particulares” (Casanova, 1998,
p. 89). De esta manera, el sentido de la aprobación y la reprobación sería
diferente.
Sería un
error fincar las esperanzas de recuperación de los aprendizajes en el látigo de
la reprobación. La promoción automática fue criticada, en muchos casos, como un
simple pase administrativo. Si se le acusó de no contemplar un acompañamiento
adecuado posterior, ¿qué se le debería exigir a la reprobación, aplicando la
misma lógica, para evitar efectos adversos en el aprendizaje?
*Rogelio
Javier Alonso Ruiz. Profesor colimense. Director de educación primaria (Esc.
Prim. Adolfo López Mateos T.M.) y docente de educación superior (Instituto
Superior de Educación Normal del Estado de Colima). Licenciado en Educación
Primaria y Maestro en Pedagogía.
Twitter:
@proferoger85
REFERENCIAS
Casanova,
María. (1998). La evaluación educativa. México: SEP.
Excelente artículo, muchas gracias por compartirlos
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Estudio la licenciatura en mercadotecnia